scenso y caída de la memoria de Colón. La accidentada fama de Cristóbal Colón es más reciente de lo que se podría suponer. Aunque sus polémicas hazañas se encuentran en todas las crónicas que describen la expansión europea en el Nuevo Mundo entre los siglos XVI y XVIII, su transformación en un auténtico personaje conceptual data de principios del siglo XIX. Se debe, en gran medida, a la mitificación de su figura por parte del naciente Estado estadunidense que obtuvo su independencia definitiva en 1783. En historias meticulosas, libros de texto escolares, estatuas conmemorativas, pinturas oficiales, nombres de plazas, bibliotecas y escuelas, ya como Christopher Columbus
, su nombre en inglés, Colón devendría el símbolo-puente entre la expansión europea y el imaginario de los colonos ingleses independentistas. Un rostro y una evocación que, en la historiografía del siglo XIX, justificarían tanto la colonización inglesa como la española.
Si el nombre es destino, el de Colón parece incierto. Desde el siglo XVI, los logros de científicos, artistas e inventores llevarían el título de sus autores. ¿Por qué entonces el nombre de América no está asociado al italiano, Amérigo Vespucci, que vislumbró que se trataba de un continente no registrado en los mapas europeos del mundo? Más aún si suponemos que Colón ni siquiera llegó a imaginar esta novedad. La razón no es difícil de desentrañar. Colón forma parte de la épica de la corona española que respaldó sus viajes y capitalizó sus beneficios. Es mucho más que un navegante. Él mismo produjo algunos de los paradigmas religiosos, políticos e, incluso, económicos de las guerras de conquista europea que le seguirían: renombró ciudades; mostró las posibilidades que se abrían para esclavizar a vastas poblaciones; reveló que las armas europeas podrían dominar o liquidar a muchas de las culturas nativas.
En Estados Unidos, su imagen serviría como refrendo de la colonización interna desplegada por los yanquis en el siglo XIX; la oficialización de la esclavitud y el arrasamiento de civilizaciones enteras. En América Latina, su memoria correría otros derroteros. Sobre todo para el imaginario del criollismo que durante el siglo XIX y buena parte del XX entendería a la Conquista española –y a la destrucción de múltiples culturas de la antigüedad– como un acto fundacional.
Que el apellido Colón sea prácticamente un sinónimo del término de colonización es una casualidad. El concepto inglés de colonia
, que dio pie después al de derechos
e instituciones coloniales, proviene del latín colonus, es decir, campesino, granjero. Pero una casualidad que hacia finales del siglo XX devino de facto una homonimia. Fueron los movimientos del neoindigenismo en América Latina y, años después, Black Lives Matter en Estados Unidos, quienes se encargarían de la construcción de una nueva memoria instituyente: la destitución de un pasado que hacía de la vindicación de Colón un sinónimo de las narrativas que legitimaban los entrecruzamientos entre la secundarización de los indígenas y la modernidad.
Valga decir que todo nuevo futuro comienza por la rescritura de la historia. Colón, el símbolo, pasó así, en tan sólo tres décadas, de ser el artífice de un pasado glorioso de la expansión europea a otro capítulo de la historia congénita de los avatares. ¿Quién hubiera predicho este pasado?
Napoleón en problemas. En Francia, Macron decidió, a diferencia de Giscard d´Estaing y Francois Mitterand, restituir el 5 de mayo como aniversario oficial de la muerte de Napoleón. Las razones son casi obvias, al menos para la prensa francesa. Mas de 100 mil muertos como resultado de la pandemia, así como el fracaso para desplegar políticas neoliberales en Francia han hecho mella en su gobierno. Probablemente se trata de un acto de nacionalismo electoral, pero en medio de una Europa que, frente a la calamidad, mostró que puede perder rápidamente su espíritu unitario.
Para el 200 aniversario luctuoso de la muerte del emperador se organizó una exposición con algunos de sus objetos íntimos y varias decenas de artistas fueron convocados a realizar obras. Uno de ellos instaló el esqueleto de un caballo sobre un símil de su tumba. Una ironía. Napoleón cabalgando en 2021, pero ya en su forma más abstracta: el esqueleto. Las protestas no se hicieron esperar.
La parte más polémica de ellas no provino de las voces nacionalistas, sino de Dominique Taffin, directora de la fundación para la Memoria de la Esclavitud. En 1802 Napoleón reintrodujo las leyes de esclavitud, en parte, en respuesta a la revolución de independencia de Haití, la única rebelión de esclavos exitosa en la época. El acta forma parte de los objetos que se exhiben en la exposición actual. Taffin impugnó que el aniversario no se haya detenido en esta parte oscura del bonapartismo.
La revolución de Haití obliga a una nueva reflexión. Sobre todo su constitución que hacía de esclavos hombres libres. Fue este acontecimiento el que introdujo en el pensamiento ilustrado el problema de esta esclavitud. Y sin esta perspectiva, la Ilustración misma, entendida como fenómeno global, sería concebible. Es por ello que es un error entenderla estrictamente como un fenómeno europeo.