n Ecuador y Perú se celebraron ayer procesos electorales de gran relevancia: mientras en el primero de esos países se celebró una segunda vuelta en la que se disputaron la presidencia el empresario neoliberal Guillermo Lasso y el progresista Andrés Arauz, en el vecino Perú se llevó a cabo la primera vuelta de unos comicios presidenciales caracterizados por la atomización –se presentaron 18 candidatos–, la incertidumbre política, la desarticulación de los partidos tradicionales y una situación sanitaria crítica por el repunte de la pandemia de Covid-19.
Los resultados parciales disponibles de ambos comicios al cierre de esta edición indicaban tendencias contrastadas: en Ecuador, el derechista Lasso fue el candidato más votado; en Perú, las encuestas a boca de urna daban la delantera a Pedro Castillo, abanderado de la agrupación de izquierda Perú Libre.
Es previsible que el triunfo de Lasso, un banquero que ya había disputado la presidencia en dos ocasiones, profundizará el viraje a la derecha que ya está en curso en esa nación, se avanzará en el desmantelamiento del Estado de bienestar que fue construido durante la década en la que Rafael Correa ejerció el Poder Ejecutivo (2007-2017) y se retrocederá en materia de soberanía.
En suma, se consolidará la grave regresión impuesta por el presidente saliente, Lenín Moreno.
Una perspectiva ominosa adicional es que, una vez instalado en el Palacio de Carondelet, Lasso prosiga la infame persecución política emprendida por el actual mandatario en contra de la oposición correísta.
Este resultado tiene, además, un efecto retardatario en el ámbito regional. Como ha quedado de manifiesto con los desastrosos resultados de las presidencias de Mauricio Macri en Argentina, de Jair Bolsonaro en Brasil y del propio Moreno en Ecuador, además del régimen golpista que secuestró el poder político en Bolivia por un breve lapso, el neoliberalismo está agotado y el empecinamiento en aplicarlo se traduce en catástrofes sociales, económicas y políticas. Pero un gobierno de ese signo en Quito representará, sin dudarlo, un refuerzo internacional para mandatarios como Iván Duque, de Colombia, y el mismo Bolsonaro.
En contraste, la consolidación de una alternativa de izquierda en Perú podría abrir una perspectiva esperanzadora en esa nación, que ha vivido más de una década de inestabilidad institucional y en la que la política ha alcanzado preocupantes simas de descrédito.
Para ello falta, desde luego, que se confirme el triunfo de Castillo y que éste logre salir avante en una segunda vuelta que puede darse por segura.