oy recordamos a Benito Juárez, ese hombre excepcional que nació hace 215 años en un pequeño pueblo de la sierra de Oaxaca, uno de los estados más pobres del país; indígena zapoteca, aprendió a hablar español a los 12 años. Nos hemos acostumbrado a recitar sus orígenes y creo que ya no dimensionamos el tamaño de sus logros. Entre los múltiples obstáculos que sorteó, uno de los más difíciles, sin duda, fue el racismo. Poseedor de un carácter indomable, tras una vida llena de contrariedades, llegó a ser Presidente de México en uno de los periodos más conflictivos. Tuvo triunfos gloriosos y dolorosas derrotas, pero siempre se mantuvo fiel a sus principios y valores ante cualquier circunstancia.
Se caracterizó por su austeridad auténtica y por la congruencia de su pensamiento y actuación. Junto con destacados liberales emitió las Leyes de Reforma que, entre otras medidas trascendentes, recuperó los bienes de la Iglesia católica que detentaba un enorme poder económico y político.
Otra medida de gran importancia fue hacer laica la educación y servicios como el matrimonio y las defunciones, estableció el Registro Civil y normas para el funcionamiento de los cementerios; asimismo, se aplicó la libertad de culto. Como es de suponerse, acciones tan radicales encontraron innumerables opositores, pero la mayoría las aceptó y así México comenzó su camino hacia la modernidad.
Ahora que está tan mencionado Palacio Nacional, recordemos que allí murió el 18 de julio de 1872, de una angina de pecho, tras horas de intensos dolores que seguramente se agudizaron por el agua hirviendo que le vertían con la intención de curar el padecimiento. En una conmovedora crónica, su médico cuenta el valor y entereza con la que enfrentó las últimas horas de agonía. Un año antes había muerto, víctima de cáncer, su amada Margarita, con quien tuvo 12 hijos de los que sólo sobrevivieron siete. Eso agravó su padecimiento, ya que se cuenta que quedó desecho por la pena.
En el ala norte de Palacio Nacional se encuentra el recinto de homenaje a don Benito Juárez, que muestra las habitaciones donde vivió y el lecho en el que falleció. El mobiliario y decoración de los distintos lugares nos hablan de la sencillez con la que vivía. Anteriormente los presidentes habían ocupado el ala sur con habitaciones más amplías y lujosas, pero él, congruente con sus principios de austeridad republicana, se trasladó a la más modesta área norte. En la sala comedor, un piano nos habla de su afición por la música. Es poco conocido que brindó gran apoyó a la Sociedad Filarmónica de México.
En los acogedores cuartos es fácil imaginar a don Benito con su bata de casa, rodeado de la familia, fumando un puro, acompañado de un buen mezcal y jugando una partida de naipes, placeres a los que era aficionado.
También se muestra la colección de objetos históricos que se formó con piezas originales que pertenecieron a Juárez y a su familia, donadas por descendientes y admiradores. Una vitrina expone la mascarilla que se le tomó cuando falleció. El sitio fue inaugurado por el presidente Adolfo Ruiz Cortines el 18 de julio de 1957.
En la entrada al recinto, situada en medio de los llamados Patios Marianos, se aprecia una estatua sedente del benemérito, que mandó a hacer Porfirio Díaz, con el metal de los cañones que utilizó el general Miguel Miramón en las batallas de Silao y Calpulalpan. La develó el 21 de marzo de 1891, aniversario del natalicio. Confiamos en que el sitio continúe abierto al público.
A unas cuadras de Palacio Nacional, en la esquina de Argentina y Luis González Obregón, se encuentra el Salón España, una de las pocas cantinas tradicionales que aún existen y de las mejores del Centro Histórico. Como tiene que ser, le ofrecen con la bebida sabrosa botana cortesía de la casa: un caldo, antojitos, guisado y un arroz esponjosito. Tiene una amplia barra muy bien surtida de donde vamos a seleccionar un buen mezcal oaxaqueño para brindar por el respetable y siempre admirado don Benito Juárez en su cumpleaños 215; por cierto, una obra valiosa que vale la pena leer es Juárez, la serenidad que venció al imperio, de Pablo Moctezuma Barragán.