l mes empezó siendo de vital importancia para el ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro, al que le quedan dos años de mandato, y es que el primero de febrero fueron elegidos los nuevos presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado.
Un puesto clave para Bolsonaro es la presidencia de la Cámara de Diputados, porque de su titular depende, entre muchas otras cosas, la pauta de las votaciones. Y, en especial, la decisión de impulsar una –únicamente una– de las 64 solicitudes para abrir un proceso de destitución por la cantidad de crímenes de responsabilidad comprobadamente cometidos por el mandatario, principalmente durante la pandemia de Covid-19 que hasta la fecha mató a más de 235 mil brasileños.
Para hacerse con un aliado en puesto de semejante importancia, Bolsonaro no midió esfuerzos: quemó
alrededor de 700 millones de dólares atendiendo a enmiendas de diputados, valor destinado a sus clientelas electorales.
Es tradición en Brasil, desde el regreso de la democracia en 1985, que los presidentes negocien con el grueso del Congreso –diputados o inexpresivos, puras nulidades, pero que se agrupan– la liberación de recursos a cambio de votos.
A lo largo de los pasados 46 años, desde la reinstalación de la democracia, ningún presidente logró eludir ese juego.
Algunos más como Fernando Henrique Cardoso. Otros menos como Lula da Silva. Y quien intentó eludir o al menos dominar ese sistema, la ex mandataria Dilma Rousseff, terminó por ser destituida de la presidencia por un golpe institucional en el Congreso.
Pese a la insistencia en mencionar su condición de militar reformado, Bolsonaro permaneció escasos siete años en el ejército, y salió muy mal.
Pasó, por otro lado, 28 años como diputado. Un legislador oscuro, inoperante, que no hizo más que atender a los pedidos de su base electoral –policías, militares de bajo rango, grupos de sediciosos– y aceptó toda y cualquier oportunidad para encontrar beneficios al margen de la ley.
Así que conoce más que de cerca, desde adentro, cómo funciona la cuestión de compra de respaldo de diversos diputados por parte del gobierno.
Ahora mismo, logró designar a su candidato, Arthur Lira, para presidir la Cámara de Diputados. Alguien semejante: enjuiciado por corrupción, apropiación de recursos públicos y hasta de agresión física a su entonces esposa.
En las primeras propuestas entregadas por el Poder Ejecutivo al Poder Legislativo en el inicio de la nueva gestión, se destacan la liberación total de la compra y uso de armas de fuego, limitaciones en la ley de aborto, licencia para que policías y militares asesinen a sospechosos sin enfrentar la justicia, liberación de la operación minera en tierras indígenas, limitación de control ambiental.
Bolsonaro y el círculo más cercano de seguidores creen que, al comprar votos suficientes para elegir un presidente a modo para la Cámara de Diputados, se fortalecieron para llegar a 2022 con ventaja en la disputa de las elecciones presidenciales.
Quizá se olvidan de un punto esencial: no es justo decir que la mayor parte de los diputados se venden.
En realidad, se alquilan: piden algo, reciben, votan de manera favorable. Luego piden más, y si no lo reciben, se transforman en oposición.
Bolsonaro debería saberlo muy bien, pues por casi tres décadas ha sido uno de los más dignos representantes de esa clase abyecta de diputado.
Mientras, la nación continúa sumergida en la pandemia, sin que haya ninguna acción coordinada por parte del ministro de Salud, un general activo que además de haber distribuido uniformados por puestos antes ocupados por médicos e investigadores, no hace más que cumplir lo que dictamina el presidente desorbitado.
El ingreso de Brasil en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), capilla principal del capitalismo global, se ve amenazado por la devastación ambiental.
Varias empresas multinacionales de peso en el sector de alimentos fueron expusadas de países europeos por sospecha de complicidad con diversas acciones de devastación forestal.
Más que nunca, Brasil es un paria en el mundo.
Más que nunca, Jair Bolsonaro parece fortalecido en el Congreso.
¿Hasta cuándo? Nadie lo sabe: todo dependerá del precio de alquiler de los diputados tan infames como el actual presidente supo ser en sus tiempos en el Parlamento.