n su espléndida columna de los jueves, el poeta David Huerta suele ilustrarnos sobre los libros y autores que frecuenta o ha dejado de hacerlo, cuando no sobre la realidad y sus mutaciones que lo llevan, nos llevan, a cambiar de latitud y altura para descubrir a un Alfonso Reyes puertorriqueño o al propio David con poncho quiteño o chicha peruana. Tales son, pues, las licencias que sólo el poeta puede darse y disfrutar. A nosotros, simples terrícolas sin territorio ni hábitat, sólo nos queda gozar de su lectura.
Este jueves nos receta, para empezar, un verso de Paul Eluard traducido por Alberti y María Teresa León, que lo lleva a exclamar ¡Cuántos comunistas en tan poco espacio! El verso que dice: Mirad cómo trabajan los constructores de ruinas!
, le sirve a David de plataforma para advertir: Las ruinas del INAH no se van a parecer a las de nuestro pasado prehispánico, que ese instituto ha resguardado durante tanto tiempo; las ruinas del INAH, alguna vez orgulloso y enorgu-llecedor, serán la horrible consecuencia de una devastación secular ordenada por la sinrazón de Estado que desdeña la cultura, el arte, el pensamiento, la ciencia
. Y, el poeta agrega: No sabemos, nadie sabe, si el recorte se llevará a cabo. La sola amenaza es motivo de inmensa pesadumbre
. No incertidumbre, como hemos acostumbrado a llamar la circunstancia determinada por el bicho, sino pesadumbre porque el daño está hecho.
El estado cultural
, objeto de críticas severas o acervas, pero siempre de nuestro lado, así fuera como presencia imaginaria, se vuelve presa de caza de un extraño fervor que inunda corazón y coco del gobierno más popular que México ha tenido en las últimas décadas. Su denominación de origen no sirve más como punto de fuga o de disculpa para unos excesos que han dejado de serlo para empezar a esbozar otra cultura, engañosamente iconoclasta, descarnadamente demoledora de muchas de las victorias culturales que nos permitían trazar panoramas e itinerarios de construcción sostenida, expresa, de una unidad basada en una cultura nacional robusta, convencida de su fuerza que en buena medida desciende de su versatilidad y capacidad de adaptación.
Como lo muestra el cine de ayer y hoy, como lo enseñó ejemplarmente Manuel Felguérez del brazo y por la calle con sus camaradas de la ruptura
, pero sin negar el valor que para ellos y para nosotros tuvieron y tienen los fundadores, con todo y su necia frase no hay más ruta que la nuestra
.
Esas ruinas que ves serán las tuyas, porque las de piedra y obsidiana, relieves y mascarones, llegaron aquí para quedarse. El recorte no puede ser visto como tablajería ni la revolución cultural
como sinónimo de aprovechamiento bárbaro de unos cimientos labrados con sangre y mucho esfuerzo, sensibilidad y talento.
“(…) las artes y las grandes creaciones humanísticas constituyen por sí mismas un valor permanente”, decía con su sabiduría alegre Miguel León-Portilla. Y agregaba: Desde luego, no tienen una finalidad crematística, sino que son aquello mismo que enriquece al ser humano por su valor intrínseco
(https://www.letraslibres.com/ espana-mexico/cultura/entrevista-miguel- leon-portilla).
La amenaza y la sorna desde el poder son siempre abuso y agresión. Falta de respeto de la cabeza a los pies. Enmendar, también desde el poder, podría ser señal alentadora de que la racionalidad histórica se coló por una grieta y está dispuesta a expulsar del templo el vulgar cálculo que equipara recorte con ahorro sin entender que sobre y bajo las ruinas, cuando todo parece haber sido consumado, consumido, nos queda la cultura que debemos defender contra esa pandemia oculta pero siempre al acecho… para saltar y derruir.