Lunes 21 de octubre de 2019, p. 40
En el cuidado de los adultos mayores poco se habla de las emociones tanto de quienes reciben la atención como de quienes la realizan; sin embargo, ambos pueden sufrir ansiedad, miedo, culpa, vergüenza, tristeza, compasión, gratitud, entre otras, destacó María Concepción Arroyo, trabajadora social, doctora en políticas de bienestar.
En la conferencia La dimensión emocional del cuidado en la vejez, como parte del seminario universitario sobre afectividad y Emociones, de la UNAM, expuso que estos sentimientos se presentan ante la visión de un cuerpo que está a la disposición de otro, de ya no poder decidir plenamente sobre él.
Destacó, por ejemplo, la vergüenza se expresa al mostrar la intimidad al otro, el cuerpo, lo más personal
, pero también por la incapacidad de hacer las actividades, la falta de fuerza
. En el cuidador se presenta al ver así a quien recibe la atención.
Respecto de la culpa, dijo, en los ancianos se manifiesta algunas veces por considerar que son una carga, al no poder hacer las cosas por sí mismos. En el cuidador se genera por las connotaciones sociales sobre el cuidado, al que se le da mucho valor como para rechazarlo.
Arroyo destacó que para los adultas mayores los recuerdos de largo plazo son un tipo de terapia para rescatar las experiencias positivas que no sólo sirven para ellos sino también para los que lo rodean, a fin de que esta etapa no sea vivida en forma tan drástica
.
No obstante, agregó, se requiere ayuda tanatológica para aprender a transitar este momento, pero no está al alcance de la mayoría de las personas. Expuso que no se le da el mismo valor al cuidado de un bebé como al de un anciano, pues en éste prevalece la visión de que es el final y no hay expectativa de futuro.
Señaló que los cuidados de ese sector, por lo general recae en los cónyuges, que sobre todo son las esposas. Cuando no están ellas, lo hacen las hijas, quienes a veces no tienen trabajo, casa, ni estudios suficientes. No obstante, dijo, esto también está cambiando porque las cuidadoras también trabajan.
Y cuando no pueden las esposas ni las hijas, muchas veces el recurso son los demás familiares: nueras, nietas o sobrinas a quienes en ocasiones se les paga por el cuidado.