n otra ocasión en que Clarisa bajó de Brava a la Ciudad para solicitar en el Banco ZYX que dejaran de enviarle propaganda y demás impresos a su domicilio, presenció una situación tan grave, si no tan violenta, sin duda más desconcertante y tan insólita que daría aún más validez a la que protagonizó aquel cliente de negro al que no le notificaron y, por tanto, desquiciaron, al sorprenderlo con el cierre definitivo de su caja de seguridad.
En la primera hilera de sillas, Clarisa esperaba turno ante las ventanillas cuando con claridad oyó lo que, aunque de espaldas a ella, un señor exponía a la empleada que lo atendía del otro lado del vidrio que los separaba. Él llevaba arremangada la camisa, medio aflojada sobre la cintura de un pantalón de vestir perfectamente planchado. A Clarisa le dio la impresión de tratarse de algún joven profesional de importancia que, si estaba sin el saco puesto, únicamente podía deberse a que había tenido que abandonar su oficina y acudir al Banco por alguna causa de verdadera fuerza mayor. Y, por lo que pudo deducir Clarisa, el asunto que el señor planteó a la empleada y, en especial, por venir de quien venía, en efecto era de peso, de enorme peso. Lo demostró el hecho de que él acompañara la exposición del mismo, o diera énfasis a su importancia, no tanto al alzar el volumen de voz, pues, educado, parecía decidido a guardar las formas, sino al dar golpes sonoros con los puños sobre el mostrador. Clarisa asoció este gesto del señor de la camisa fina, con el ademán con el bastón con el que en aquella otra perturbadora ocasión en el mismo banco el señor de negro había expresado profunda indignación.
La protesta de este señor ante la ventanilla tenía que ver con el cargo de unos impuestos que el banco le había hecho sin notificárselo a él, nada menos, a él, según insistió en identificarse, que era quien era. Soy el director del banco
, dijo, entre dientes; Soy el director del Banco
, repitió, a la vez que con los puños golpeaba el mostrador.
Después de presenciar la presente protesta, que parecía de contenido insuperable, y tras recordar aquellas otras anteriores del par de clientes indignados frente a la tropezada manera en la que funciona el Banco ZYX, la nueva disconformidad que ahora, en todavía otra ocasión, observó Clarisa, más atónita que inquieta, tuvo lugar minutos antes de que la socorrida sucursal diera por terminadas las actividades del día. De ahí que, según reflexiona en su columna de La Voz Brava, el intercambio de exposición, alarma y desaprobación de parte del cliente y, de parte de la empleada, rápidas investigaciones y previsibles disculpas, resultara necesariamente apremiante, entrecortado y con tintes de inconcebible.
El cliente se quejaba de no haber recibido todavía, tres meses después de reportado el desperfecto, la reposición de la tarjeta que un cajero automático no le había devuelto. La ejecutiva que lo atendía, aunque primero trató de deslindarse del caso pues, explicó, los asuntos con las tarjetas se resolvían a través del servicio telefónico del Banco, y no de manera presencial en la sucursal, al verlo tan decidido a no moverse de la silla de este lado del escritorio de la ejecutiva, mediante intercomunicaciones que realizó desde un teléfono interno, accedió a hacer las averiguaciones necesarias hasta finalmente informar al cliente que, según el registro, la tarjeta no sólo había sido repuesta y entregada sino recibida por el cliente precisamente tres meses atrás. Ante semejante incoherencia, el estupefacto cliente pidió ver la firma de quienquiera que hubiera recibido la tarjeta, persona que, por cierto, no había sido él. La ejecutiva, apenada al comprender la gravedad del error en el que incurrió el banco, impaciente, pues no ignoraba que era su deber enfrentar las consecuencias de un error del que ella no era responsable, tuvo que informar: Le puedo mostrar el acuse de recibo, pero le advierto que no está firmado
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