ópez Obrador logró el gobierno reconociendo y pactando el hecho de que el poder real quedaba en manos de las fuerzas armadas y de los grandes capitalistas. La tríada AMLO-capitalistas-FF.AA. tiene como función controlar al tigre
o sea el deseo de cambio social de millones de trabajadores que votaron por Morena.
La inestabilidad y el carácter efímero del acuerdo se basa en que millones de personas potencialmente anticapitalistas y deseosas de transformaciones radicales son orientadas y manejadas por un injerto conservador y reaccionario antinatural. El resultado fue un acuerdo entre quienes ya no podían gobernar y millones que todavía creen no saber ni poder hacerlo y, por eso, buscan un líder.
A esta altura el gobierno de López Obrador aún permite a muchos millones de mexicanos honestos esperar que la Cuarta Transformación abra las puertas al paraíso, pero también permite a unos pocos cientos de miles entrever que, tras un derrumbe de las ilusiones, puedan abrirse las del infierno. De ahí la reaparición de la consigna O AMLO o la barbarie
de los descontentos, pero temerosos de caer en Guatepeor que era falsa ya en la década de los años 70 con el entonces presidente Luis Echeverría Álvarez.
El gobierno actual es una versión muy débil y tardía del desarrollismo de los gobiernos progresistas
de tiempos de vacas gordas en Su-damérica que produjo los Chávez, los Kirchner, los Lula y los Correas. No puede ni siquiera cumplir una parte importante de sus promesas electorales democráticas porque está dominado por el gran capital y no tiene ni una base social firme ni voluntad o capacidad para hacer frente al capitalismo mundial actual que, además, se acerca a una nueva profundización de la crisis de 2008. Ese gobierno virtual tampoco puede producir cuadros para reproducirse o renovarse porque la alianza con la gran burguesía excluye la existencia de un partido de masas que podría llegar a controlar al gobierno de los empresarios encabezado por AMLO.
Hoy las políticas gubernamentales son resistidas por los restos de la vieja oligarquía que no entraron a tiempo en Morena y las vociferaciones de ese sector ocultan parcialmente las dudas y las críticas de vastos sectores populares que votaron el primero de julio de 2018 por López Obrador con esperanza, pero que empiezan a preocuparse y desilusionarse.
Por eso, si no lográsemos crear un eje social alternativo en torno a la autorganización, la autonomía y la autogestión, México podría correr el riesgo de una desmovilización y desmoralización popular masiva que abra una brecha para un sangriento gobierno dictatorial. Aunque la historia no se repite, el nuevo Madero, tan ciego e impotente como el anterior, podría encontrar un nuevo Huerta apoyado en la embajada gringa y México, dominado por una dictadura salvaje, perdería hasta su independencia formal.
Como no hay peor ciego que el que no quiere ver, no es posible convencer al gobierno desarrollista extractivista tardío de AMLO ni a Morena que para el Presidente es la quinta rueda del carro. Tampoco sirve de mucho protestar sin movilizaciones y sin formular propuestas y planes alternativos a los del capital. Sin dejar de discutir, hay que actuar directamente como hicieron los obreros de Matamoros o los ferroviarios del Istmo. La democracia se ejerce en el territorio donde se vive y trabaja. Son necesarias asambleas para determinar cuáles son las necesidades y los recursos locales, qué planes de trasformaciones son necesarios, cómo organizar su ejecución directa, en cuál estrategia de lucha deben inscribirse.
Es necesario imponer, con la organización de los trabajadores, tanto aumentos generales de salarios para asegurar un nivel de vida y de consumo dignos como la democratización sindical, barriendo de las organizaciones obreras a los corruptos y charros. Los fertilizantes e insumos deben ser concedidos a grupos organizados de campesinos y controlados por éstos, como en el estado de Guerrero.
Se necesitan, en efecto, trenes de carga y de pasajeros, pero junto con los ferroviarios y las poblaciones hay que discutir y planificar su trazado y sus efectos posibles sobre la ecología y el tejido social de la zona. Se necesita también desarrollar el turismo, pero sobre bases ecológicas sanas, respetuoso de las condiciones sociales locales y, claro, sustentable.
Se necesitan bosques, pero con especies locales y con una explotación razonable que no agote las maderas ni afecte la biodiversidad de las regiones. Hay que crear las condiciones para remplazar los combustibles fósiles y desarrollar las fuentes de energía naturales (paneles solares, eólicas, mareas, geotérmicas), pero de acuerdo con la población local que debe ser la primera en sacar ventajas de ellas) y, al mismo tiempo, hay que acabar con los asesinatos y secuestros de mujeres y con el crimen organizado mediante la acción colectiva y directa de los pobladores de las comunidades y localidades.
Todo eso es posible si los morenos
combativos se unen con los simpatizantes de los diversos movimientos anticapitalistas. Nadie nos regalará el paraíso: hay que construirlo.