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Criminaliza la UE a rescatistas de migrantes en alta mar

Nos prohíben ir a las zonas de riesgo y salvar vidas, lamenta

“Somos incómodos para la Unión Europea. Somos un pequeño grupo de freakis (raros), con pequeños barcos y muchas ganas de responder a una emergencia. Y hemos podido rescatar a 60 mil personas. ¿Qué hubieran podido hacer 28 gobiernos si se lo hubieran propuesto?”

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▲ Óscar Camps recibió en 2018 una docena de premios por su trabajo humanitario, incluido el Europeo del Año y la Cruz de San Jordi, de la Generalitat catalana.Foto Alfredo Domínguez
 
Periódico La Jornada
Lunes 17 de junio de 2019, p. 5

Al éxodo centroamericano que cruza México para intentar llegar a Estados Unidos le cierra la puerta Donald Trump, el presidente de Estados Unidos. A los flujos de refugiados y migrantes que se mueven incontenibles desde África y Medio Oriente hacia la rica Europa se le interpone la política migratoria de la Unión Europea, un muro de normas y reglas no menos drástico, racista e inhumano que el que se dicta desde la Casa Blanca.

Esta política migratoria europea, que criminaliza a quienes salvan vidas en alta mar, ha atado de manos durante largos periodos al equipo de trabajo del catalán Oscar Camps, rescatista y creador de la organización Proactiva Open Arms, que realiza operaciones de salvamento en el Mediterráneo Central desde 2015. Mientras tanto, en esa zona marítima naufragan y mueren cuatro personas al día, según un cálculo conservador del Alto Comisionado para los Refugiados, de la Organización de las Naciones Unidas (Acnur).

Camps diagnostica, desde su experiencia como observador de lo que sucede hoy en los centros de recepción (realmente son campos de concentración) de Turquía, Libia y Marruecos, que son las naciones con convenios de tercer país seguro para Europa: Pronto México también será un país-jaula.

Salvavidas bloqueados

Con su remolcador de altura Open Arms y otras embarcaciones más pequeñas, los rescatistas liderados por Camps recogieron al punto del naufragio a cerca de 60 mil personas entre 2015 y 2018. Desde enero de este año el gobierno español niega los permisos para que su barco reanude sus labores en la ruta marítima que se ha convertido en un gran cementerio de migrantes y refugiados. Y mientras su barco salvavidas permanece anclado, las barcazas inflables, las lanchas y balsas que intentan llegar a Grecia o Malta desde las costas libias siguen zozobrando.

El año pasado, Oscar Camps recibió una docena de premios en reconocimiento a su trabajo humanitario, incluido el Europeo del Año y la Cruz de San Jordi, de la Generalitat catalana. Hoy es perseguido, como todos los activistas del Mediterráneo. Nos prohíben ir a las zonas de riesgo y salvar vidas, ¡qué absurdo!, se sulfura este hombre curtido por el sol y las muchas tragedias que ha visto, que habla a mil por hora y no se resigna a abandonar a los náufragos a su suerte.

Camps acusa: “Los que salvamos vidas somos incómodos para la Unión Europea y criminalizados. Somos un pequeño grupo de freakis (raros), con pequeños barcos y muchas ganas de responder a una emergencia. Y hemos podido rescatar a 60 mil personas. ¿Qué hubieran podido hacer 28 gobiernos si se lo hubieran propuesto?”

Nadie ve, nadie escucha

Fue una fotografía de 2015 la que disparó la acción de grupos humanitarios y rescatistas hacia el mar Egeo: la imagen del pequeño sirio, Aylan, ahogado frente a la costa de Turquía. El éxodo de Siria había alcanzado su pico más alto y decenas de miles se lanzaban al mar tratando de alcanzar Europa a través de Grecia. Miles, como Aylan, perecieron.

Llegaron a estar activas en la zona ocho oenegés de salvamento. Cuando amainó la emergencia siria en las costas griegas y turcas (que sigue, pero no con la misma intensidad) los flujos de refugiados del África Subsahariana se incrementaron, agravados por la ausencia de un Estado en Libia y el florecimiento de las grandes mafias de traficantes de personas. La escena del drama se trasladó al Mediterráneo.

Pero los rescatistas uno a uno fueron cayendo por el bloqueo de los gobiernos europeos, dice Camps. Sólo subsisten tres y están bajo amenazas judiciales.

Mientras, la gente sigue muriendo en silencio. Ningún gobierno informa. ¿Cuántos zarpan, cuántos llegan? Ningún medio lo reporta.

Ahí, en aguas internacionales, donde no hay pasaporte que valga, los gobiernos europeos se niegan a reconocer a la gente como personas en peligro. Es la mayor vulneración al derecho internacional marítimo. Y la cometen los muy democráticos estados europeos.

El derecho marítimo ordena que si hay personas en peligro en el mar los estados están obligados por ley a intervenir lo más rápido posible y con todos los recursos necesarios para ponerlos a salvo. Y no lo hacen. Los etiquetan como indocumentados para cerrarles sus puertos. O bien los desembarcan en Libia, que no es puerto seguro.

Imparable, Camps describe escenarios infernales de lo que hoy ocurre en los mares del mundo, en pleno siglo XXI: En aguas internacionales hay buques factoría donde se trabaja día y noche, donde tienen niños comprados en la India pelando camarones. Hay costas donde desde la orilla disparan balas de goma para evitar que barcazas a punto de hundirse puedan atracar. ¿Algún Estado hace o dice algo? Nada, ninguno.

Jaulas en tercer país seguro

Sobre la asignación de un territorio como tercer país seguro para recibir refugiados que son rechazados por otro, desde su experiencia opina: “Hoy Libia, Turquía o Marruecos son ‘tercer país seguro’ para Europa. Y lo que hacen es mantener a personas en tránsito en campos de concentración.

Y me imagino que ahora en México va a pasar lo mismo muy pronto. Su país se va a convertir en una jaula, con la diferencia de que aquí ni siquiera va a haber una contraprestación mínima. Por ejemplo, Turquía es el designado país seguro. Mediante un convenio, la Unión Europea paga 6 mil millones de euros como contraprestación económica. Ahí llegan sirios, iraquíes, afganos y subsaharianos. La isla griega de Samos se ha convertido en la nueva Lesbos, que tiene un campo de refugiados con capacidad real para 400 personas, pero que alberga a más de 6 mil. Pero en las otras islas también hay campos.

–¿Cómo describes la política migratoria de la UE hoy?

–Por un lado, hay la inacción deliberada, sobre todo en el mar y en los centros donde hay atrapados cerca de 90 mil personas sólo en territorio europeo. Y la otra parte es que externalizan las fronteras, es decir, militarizan y financian a terceros países para que ellos frenen el flujo migratorio antes de que llegue a Europa. Evidentemente todo es un negocio.

–¿Eso es el “tercer país seguro?

–Eso. Estos terceros países lo que tratan es de redirigir los flujos hacia sus territorios a cambio de una suculenta cantidad de dinero. Estos campos de refugiados son campos de concentración y en algunos casos son administrados por mafias. Por ejemplo, en Italia los controla directamente la mafia calabresa.

¿Nos invaden?

Camps sostiene que la preocupación de los países desarrollados sobre la existencia de flujos extraordinarios de migrantes hacia el norte es en buena medida una fabricación mediática. “Lejos de lo que se cree, el tema migratorio tampoco es algo extraordinario. Según las estadísticas, desde 1970 hasta 2019, 3.5 por ciento de la población mundial migra de un lado a otro. Siempre. Excepto en dos momentos puntuales en este periodo, que fueron dos picos: uno en los años noventa por la guerra de los Balcanes, y en 2015 con la guerra de Siria. Pero exceptuando estos dos momentos, ese porcentaje se mantiene estable.

Te lo digo de manera aún más contundente. En 1960 había 90 millones de migrantes y en 2018 hay 250 millones en todo el mundo. Puede decirse que este flujo se ha triplicado. Pero es que la población mundial también se ha triplicado. Pero claro, depende de cómo manejas esta información que generas una corriente de opinión determinada.

Camps recorre varios países alertando sobre la forma como en Europa se vulnera el derecho humanitario levantando muros en el mar. Y se impacienta. Open Arms también se impacientó. Ese barco levó anclas este sábado en Castellón, España, rumbo a Nápoles. El rescatista tiene claro que puede ser multado, incluso apresado.

¿Pero tú crees que después de ver lo que he visto me va a asustar ser encarcelado?, concluye.