Sábado 8 de junio de 2019, p. 7
La Feria Internacional de la Música para Profesionales (Fimpro) de Guadalajara, del 28 al 31 de mayo pasado, fue, por decirlo de manera coloquial, un chimeco lleno de gente dedicada a la música, escuchando y hablando de ésta.
El camión de marras era de la Universidad de Guadalajara y en uno de sus tantos recorridos nocturnos, de concierto en concierto, abordaron, hasta el límite, profesionales de muchas nacionalidades, conviviendo y dialogando, sin distinción ni discriminación. En ese único y fugaz momento, un parroquiano que expresaba la felicidad de quien ha disfrutado de tragos y no pagó por ellos, gritó al vacío: Chofer, con cuidado, que lleva a toda la música del mundo
.
Era, y no, una broma. En ese camión chimeco, donde acostumbran trasladarse alumnos de la universidad, estaban trepados, departiendo, compartiendo cigarros y tragos, músicos y promotores de medio centenar de países, técnicos y directivos de disqueras, críticos y prensa especializada. Verlos en esa inconsciente y sana convivencia daba ternura.
Porque la Fimpro no es sólo un espacio para bandas nuevas y desconocidas; es más una plataforma de lanzamiento, un mercado de la música y un lugar de encuentro, un surco por donde se puede caminar con menos inseguridad en una industria volátil y de riesgo.
También en esta Fimpro la festividad salió del clóset y se sentó frente al hombre de negocios. Sucedió la noche la que la banda canadiense de los Digging Roots, integrada por marido y mujer –Raven Kanetakta y ShoShona Kish– pusieron a danzar a los asistentes en el salón Bismark de Guadalajara. Esa música, que literalmente sale del alma, tocó los insensibles corazones de quien ha escuchado y visto todo en su vida. Canadienses descontrolados y profesionales de la música rompiendo prejuicios y fijaciones en un círculo, en ritual de antro. Bailar por el placer de bailar sin freno y fijón. Sucedió otra vez, con los españoles de Rufus T. Firefly y los Lori Meyers, también en el Bismarck, donde al grito de todos a bailar
, se rompieron las inhibiciones.
El estilo bizarro del Chango Vudú fue la onda en la Fimpro. Viejo sauna que olía a baño público, ubicado en los bajos de un antro fifí, habilitado como terruño de bandas. Antro de Caguama en mano, con calderas viejas y oxidadas y planchas de cemento que en algún momento fueron lugar de masajes de 50 varitos la sobada. En el Chango Vudú los mingitorios son privados en los que descargan el alma niñas y niños, en igualdad de condiciones. Ese fue el lugar donde dieron de qué hablar La Chica de Venezuela, con su vestimenta de boxeadora, y las Neptunas de Guadalajara, cuatro chavas que tocaron con furia y Los Protistas, de Chile, por descantar algunas de las bandas de la programación. Para al anecdotario: hombre urgido de vaciar sus necesidades busca un baño y pregunta a una señorita de buen ver por el baño. La señorita responde: Pues, por como huele, donde sea
.
Medio centenar de bandas de otros países
La Fimpro concluyó con la presentación de medio centenar de bandas de igual cantidad de países, presentaciones en tres escenarios donde se escucharon ritmos y voces en distintos idiomas: portugués; inglés estadunidense, británico y canadiense, y español en sus variantes latinoamericanas.
Los mismo se puede decir de una cantidad similar de sesiones, conferencias, exposiciones, donde se abordaron distintos tópicos sobre la industria de la música en la región y donde imperó el interés por las nuevas tecnologías, así como las maneras de acercarse a esas nuevas (ya no tan nuevas) audiencias.
El balance general es de éxito absoluto. El programa mantuvo la inclusión y la variedad de la oferta que se presentó. Pero superó en calidad respecto de ediciones anteriores. En otras palabras, que las mejores bandas fueron las que abundaron. La Fimpro, como proyecto, por decirlo de manera coloquial, es un chimeco llamado rock que ya arrancó y no lo para nadie.
Sin embargo, el éxito de esta Fimpro no se puede entender sin el contexto que la cobijó. Es decir, sin sus actividades culturales hermanas: el encuentro de la Internacional Society for the Performing Arts en la Secretaría de Cultura de Guadalajara; la Cátedra Vargas Llosa en el Conjunto Santander; la exposición de los monstruos de Guillermo del Toro en el Museo de las Artes (Musa de Guadalajara).
Todo sucedió en la misma ciudad, Guadalajara; los mismos días; los mismos recintos, y los mismos patrocinadores, Cultura UdeG y la Universidad de Guadalajara.
Todos, juntos y revueltos en el lobby del Conjunto Santander, cara a cara rockeros, promotores, directores de teatro, actores, editoriales, críticos de música, escritores, editorialistas, promotores, conferencistas y un largo etcétera. Cuatro grupos de prensa cultural nacional trabando a la par, cada quien en lo suyo y sin envidias. Más de un centenar de actos culturales al unísono. Concierto de disonancias y concordancias. Así fue en Guadalajara en una semana, tanto y tan de buen ver, como para matar a uno de infarto y morir feliz. Ya se ve, se nota, como dijo un profesional.