Editorial
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Contaminación: más allá del automóvil
D

urante la presentación del Programa para Prevenir y Responder a Contingencias Ambientales Atmosféricas, el titular de la Comisión Ambiental de la Megalópolis (Came), Víctor Hugo Páramo, dio a conocer que en lo sucesivo la activación de la fase 1 de la Contingencia Ambiental para el Valle de México contemplará la inclusión en el programa Hoy no circula de los vehículos con holograma 0 y 00, con lo que 20 por ciento de este parque automotriz deberá salir de circulación en estas coyunturas. Dicha medida, así como otras anunciadas en el evento en el que también estuvieron presentes la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y el gobernador del estado de México, Alfredo del Mazo, son una suerte de adelanto del Plan Integral de Calidad del Aire, cuya entrega la mandataria capitalina anunció para la semana próxima.

El endurecimiento del programa Hoy no circula como primera línea para reforzar el combate a las emisiones contaminantes obliga a plantear varias consideraciones. La primera es que, ciertamente, el otorgamiento de los hologramas 0 y 00 –concedido a los modelos más recientes y, en este sentido, promotor de la adquisición de nuevos vehículos– ha debilitado de manera sustancial el propósito de reducir el parque vehicular en días laborales: mientras en 1989 la medida dejaba estacionados a 20 por ciento de los automotores privados, hoy sólo alcanza a 6 por ciento de ellos, una reducción catastrófica para la movilidad si se considera que en estos 30 años la cantidad de automóviles en la capital del país saltó de 1.8 a 4.1 millones.

La segunda tiene que ver justamente con el hecho de que en la actualidad los vehículos privados representan el principal problema en materia de movilidad dentro de la metrópolis que conforman la Ciudad de México y sus municipios conurbados, pero no puede asegurarse lo mismo en lo que toca a la crisis ambiental. En efecto, ésta se encuentra determinada por una multitud de factores, que van desde la complicada topografía del valle de México, la cual dificulta la circulación del aire, hasta sucesos imprevisibles como los incendios que han azotado al país en semanas recientes, e incluye asimismo a generadores de emisiones como los hogares, comercios y, de manera acusada, la industria.

Lo anterior no busca ni negar ni minimizar el impacto del automóvil privado en la ya habitual crisis ambiental que padecen los capitalinos, pero sí ponerlo en su justa dimensión. Así, de acuerdo con el Reporte nacional de movilidad urbana en México 2014-2015 de ONU-Hábitat, los automóviles particulares generan 18 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono producido en las ciudades mexicanas, si bien es cierto que pueden representar hasta 60 por ciento de la contaminación por partículas suspendidas gruesas, las conocidas como PM-10. Por su parte, la industria, y en particular la muy numerosa ubicada en los municipios mexiquenses de la zona metropolitana, se ha visto exenta de contribuir a la mejora en la calidad del aire.

Como reconoció ayer el gobernador Del Mazo, hasta ahora sólo 18 de los 59 municipios de la zona conurbada del Valle de México participaban en el programa de contingencias ambientales, una situación que sin duda ha impactado en los niveles persistentemente altos de polución.

Debe quedar claro que una respuesta duradera necesariamente pasa por ir más allá de las medidas tradicionalmente adoptadas en episodios de crisis –como lo es la inclusión de los municipios en los planes de contingencia– y, en cambio, exige una reconversión en las actividades cotidianas de la industria.

Asimismo, resulta evidente que el costo económico implicado en la adopción de prácticas industriales menos agresivas hacia el entorno no puede esgrimirse como un pretexto para rechazar o postergar su implementación, toda vez que lo que se encuentra en juego es mucho más importante que las tasas de ganancia de cualquier compañía: se trata de la salud de millones de habitantes de la megalópolis y de su viabilidad como espacio habitable.