a transa, el agandalle, apoderarse de manera ilegal e ilegítima de bienes públicos o privados, con violencia física o sin ella, es una forma de corrupción general que padecemos. Pero no es la que estimula a los clasemedieros para que aspiren a tener lo mismo. En la sociedad capitalista se corrompe todo, todo el tiempo. El capital no puede actuar de otra manera. Y eso es lo que necesitamos combatir a fondo.
Los viejos recordamos aún ciertos años cuando los capitalistas, estremecidos aún por el susto de la década de 1930 y los reacomodos de la Segunda Guerra Mundial, adoptaron algunos criterios morales, hicieron concesiones a los trabajadores hasta la creación del llamado Estado de Bienestar
y adoptaron comportamientos relativamente austeros: no exhibían su riqueza, casi la disimulaban.
Todo eso es historia. En las últimas décadas se adoptó explícita y públicamente el comportamiento opuesto. Hay una exhibición obscena de la riqueza de los capitalistas; algunos de ellos consideran que así estimulan a los clasemedieros para que aspiren a tener lo mismo. Se ha desmantelado cuanto ha sido posible lo otorgado a los trabajadores, incluyendo buena parte de los derechos conquistados en muchos años de lucha. Y tanto los capitalistas como sus administradores están al tanto de los inmensos daños que causan en el ambiente o en la gente con lo que producen y hacen…pero no aceptan ningún freno moral para su avidez de ganancia.
México es ya campeón mundial en el consumo por persona de refrescos: más de 160 litros al año. Como muchos y muchas nunca los probamos, hay quien toma dos litros al día. Se tienen innumerables evidencias de sus efectos nocivos en la salud y la economía popular, por ejemplo por su contribución a los casos de diabetes y obesidad, sobre todo de niños, que aumentan continuamente. ¿Podría el Presidente encabezar una gran campaña nacional para curarnos de esa adicción, hasta que lográsemos la prohibición total de la producción y venta de esos productos tóxicos y recuperáramos nuestras tradiciones de aguas frescas o agua simple, nuestra propia sed en vez de una adicción?
Nuestro paladar es educado desde la infancia para consumir más azúcar de la que debemos y tanta chatarra como sea posible. Niños y niñas rechazan ya buena comida para consumir diariamente lo que los daña. ¿Podría el presidente encabezar una gran campaña nacional para extirpar ese cáncer que nos enferma desde pequeños y clausurar los negocios que se dedican con pasión a fomentar ese vicio?
Escribió Galeano que en estos años de miedo global, quien no tiene miedo al hambre tiene miedo de comer. Millones de personas van a la cama con el estómago vacío, pues no tienen acceso a suficiente comida. Y todos los demás comen productos que no alimentan y tienen efectos tóxicos. Hay 2 mil kilómetros entre el lugar de producción y la mesa estadunidense, lo que exige llenar esos productos de químicos que los conserven. En México consumimos ya peras que vienen de Chile. Patrones generalizados de consumo como esos agravan la situación. ¿Podría el Presidente encabezar una gran campaña nacional para recuperar nuestra comida, hasta llegar al punto en que se prohibiera totalmente la producción y venta de alimentos
tóxicos y chatarra, productos que no alimentan, pero se venden como si lo hicieran mediante publicidad tramposa y desinformación?
Son preguntas retóricas. El Presidente no encabezará ninguna de esas campañas y otras semejantes, por ejemplo sobre salud, por muchos argumentos y datos que se acumulen en su mesa sobre la importancia y pertinencia de organizarlas para el bienestar de la gente, particularmente de los más pobres. Deberían ser absoluta prioridad en su plan de gobierno para enfrentar los males que nos agobian. El impacto de campañas de ese tipo en la vida cotidiana deamplias capas de la población sería muy superior al de todas las transferencias financieras que se están haciendo, que entre otras cosas estimulan esos consumos dañinos. Tales campañas crearían la posibilidad real de que volviéramos a producir y consumir nuestra propia comida, sana y sabrosa…
No lo hará. Y no es porque no quiera lastimar al capital ni con el pétalo de una rosa, aunque algo hay de eso. Es porque parece convencido de que la cura de todos nuestros males es darnos dosis más grandes de lo que los causa. Quiere traer más desarrollo capitalista al sureste, lo mismo a los mayas que a los istmeños, seguro de que así vivirán mejor. No logra ver cómo así se corrompen nuestros modos de vida y se corrompe la sociedad entera, cómo está ahí el principio de toda corrupción.
Una inmensa mayoría aplaude su lucha cotidiana contra las corruptelas que invadieron en estos años hasta el último rincón de la sociedad y el gobierno. Reciben apoyo bastante general sus medidas y políticas al respecto. Pero es hora de que se entere de que no todo es huachicol. Que aun si tiene pleno éxito en suprimir esos males, las peores formas de corrupción seguirán ahí.