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A Palacio Nacional sólo acudieron los elegidos

En el Zócalo, la mayor afinidad entre los trabajadores fue el democrático trago; los reclamos, ausentes

 
Periódico La Jornada
Jueves 2 de mayo de 2019, p. 4

Ayer, el Día del Trabajo volvió a ser lo que era. Y para la conmemoración organizada por el gobierno federal sólo se convocó a quienes se llaman o fueron elegidos como representantes de los asalariados.

Quedaron fuera de la comida encabezada por el presidente Andrés Manuel López Obrador los demás factores de la producción, o sea, los empresarios, habituales concurrentes y oradores en los actos organizados para la ocasión durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Porque en el inmediato anterior, el de Felipe Calderón Hinojosa, esta fecha simplemente no existió.

Ausente también por segunda vez en un acto que se supondría de su absoluta incumbencia –la anterior fue el 18 de marzo, en Tula, Hidalgo–, el líder del sindicato petrolero, Carlos Romero Deschamps. Presidencia distribuyó la lista de los invitados a la reunión con el mandatario y su nombre no aparece consignado. No más precisa al respecto fue la titular del Trabajo, Luisa María Alcalde, quien, insistente, señaló: Se hicieron invitaciones generales.

No es difícil imaginar, sin embargo, que para los encumbrados dirigentes en los sindicatos –en muchos casos por décadas– la primera reunión con el jefe del Ejecutivo significó el aprendizaje de primera mano del cambio de paradigma, la llamada austeridad: un almuerzo a base de crema de flor de calabaza, medallones de res y budín de chocolate. Y aguas de jamaica, de limón y simple. Sólo eso.

Después, los discursos. Y para cuando le correspondió hablar al presidente López Obrador, algunos de plano se rindieron al agotamiento –sería que ayer sí trabajaron– y no pudieron resistir despiertos los 37 minutos del mensaje del jefe del Ejecutivo. A saber.

Porque lo cierto es que, en tiempos de la 4T, la disputa por los sindicatos se agudiza. Sobre todo en el Congreso del Trabajo. Y el líder de este organismo, Carlos Aceves del Olmo, regañó las rechiflas en su contra de las huestes del sempiterno dirigente ferrocarrilero Víctor Flores, quien más tarde ya no estuvo en Palacio Nacional. También se lanzó contra la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México, que dirige el senador por Morena Pedro Haces, y al final, siempre desde el micrófono, de plano retó: Aunque esté yo malo de las piernas, me parto la madre con el que sea.

Así, y con una recién aprobada reforma a la Ley Federal del Trabajo aún por entender a cabalidad, o precisamente porque quizá la comprenden muy bien –ayer se publicó en el Diario Oficial de la Federación–, los sindicatos de todas las siglas, sólo diferenciados por la hora del arribo de sus líderes y huestes a la Plaza de la Constitución, no portaron las acostumbradas mantas para consignar reclamos.

Los discursos de sus dirigentes sí apostillaron aspectos de insuficiencia y crítica a la nueva legislación, subrayaron la urgente necesidad de mantener la unión del gremio trabajador y mostraron sus antagonismos. Aunque después se guardaron muy bien de hacerlos patentes frente al mandatario.

Sobre la plancha del Zócalo, la mayoría de las pancartas sólo ubicaban la procedencia gremial. Ni reproches ni denuncias. Y hubo aisladas alusiones de contados oradores con algunas frases de respaldo al Presidente.

Si acaso, el más fuerte reclamo en todos los tonos fue de los trabajadores de la Universidad Autónoma Metropolitana, con 90 días en huelga, y por ingeniosos, los diseñados por los trabajadores de Nacional Financiera: ¡Me canso ganso! Que sin escuchar a los trabajadores, no hay Cuarta Transformación, decían en sus pendones.

Así, y como es usual, el espíritu combativo de los trabajadores en los primeros de mayo se patentizaba en un muy sencillo propósito: Que esto termine ya.

Y en ese apremio no había diferencias entre quienes procedían del Congreso del Trabajo y los afiliados a las organizaciones autodenominadas independientes.

Porque además el calor pegó temprano. Y quién sabe si por ello el punto de mayor afinidad (¿única?) entre unos y otros fue el democrático trago (chupe, chela) que de manera más o menos disimulada consumieron con singular ahínco desde temprano: latas de cerveza, botellas de William Lawson’s o de tequila Cuervo quedaron en la plaza como muestra de esa hermandad de clase.