El gobierno presentará un controvertido proyecto de ley para lograr el plazo de cinco años // Aún no se decide si la redificación será tradicional o innovadora
La agrupación, a cargo de Elisa Carrillo y Cuauhtémoc Nájera, interpreta la versión del británico Anton Dolin
La acompañan Édgar Oceransky, Ernesto Anaya y el Coro de Niños y Jóvenes de la Facultad de Música
En El sueño de Paloma Sanlúcar, de la escritora Ernestina Yépiz, ‘‘el lector descubrirá una sorpresiva e inquietante, perturbadora, vuelta de tuerca que subvierte los límites de realidad fantasía y locura’’ en esa obra articulada desde la vida, la muerte y la soledad. Con autorización de Andraval Ediciones, La Jornada ofrece a sus lectores un adelanto de este libro.
Todos los días cuando me siento a escribir tengo la sensación de que soy otra disfrazada de mí y sentada en la silla de madera –como si esta fuera una extensión de mi cuerpo– escribo convencida de que cada palabra, cada línea e incluso cada sílaba puede ser la última, como si lo que escribo me fuera ajeno por completo y en cualquier momento quien escribe a través mío pudiera detenerse. Con frecuencia –suena un tanto infantil y hasta ridículo decirlo– suelo escuchar una voz o muchas voces que me hablan de vidas que no conozco y lugares en los que nunca he estado. Estoy convencida de que son seres de otro tiempo que vienen a mí –sin ser convocadas– y me cuentan pasajes de vidas remotas y yo paso a ser no la persona que soy, sino una especie de médium que en el momento de escribir transita hacia espacios que no le corresponden por completo y no se le develan del todo. Cuando esto sucede tengo miedo de que un ejército de criaturas incorpóreas dancen a mi alrededor y la locura pueda llegar a tocarme, entonces me levanto de la silla, dejo de escribir, me pongo un abrigo, salgo al balcón y me quedo ahí contemplando el paisaje: el cielo lleno de nubes grises y los árboles que entre sus ramas guardan ejércitos de pájaros que cantan no las notas de un violín sino las del universo y el escucharlos me reconforta e intuyo que vale la pena estar en el mundo solo para escuchar el canto de los petirrojos que suena a intervalos como si temieran ser descubiertos o pidieran, simplemente, que nadie se acerque, en atención a su solicitud permanezco en mi sitio sin moverme. El viento sin ser demasiado fuerte se escucha como un aullido.