Pérdidas sentimentales
i somos mortales resulta ingenuo pensar que algo pueda ser para siempre. Entre los temas soslayados o ignorados por la tanatología, esa enemiga de sí misma a escala mundial, están las rupturas amorosas y los divorcios, cotidiana confirmación de la falta de herramientas en las personas para conocerse a sí mismas e intentar conocer a la pareja, no obstante valores recomendados, sacramentos impartidos e hijos procreados, pues ante la comprobación de los abismos entre dos que se quisieron o pretendieron hacerlo no puede ni Dios mismo.
El problemaes ese, que sociedades y religiones ponen al llamado Ser Supremo como testigo, aval y permiso de los bandazos del corazón, ese aturdido cazador solitario, que dijera la McCullers y, claro, las cosas no funcionan así aunque en milenios anteriores hayan medio funcionado, más por sumisión femenina que por persuasión masculina. Hoy, cuando a la información queremos convertirla en conocimiento y al ruido estridente en comunicación, las cosas han empeorado. En la era del Internet proseguir con prácticas religiosas de antes de la Biblia exige demasiado de las personas, empachadas de datos y confundidas con mandatos que ordenan qué ser y hacer aunque no se tenga idea casi de nada, lo que aumenta a diario la cifra de divorcios, así se cuente con la bendición del pontífice en turno, de los padres de los contrayentes y del oficiante.
Educar para sentir los pensamientos y pensar los sentimientos es una de las infranqueables barreras de una enseñanza fallida, empeñada en instruir para obedecer, no para actuar con libertad y responsabilidad dentro de una comunidad. Si tamaña carencia la llevamos a las relaciones interpersonales la cosa se compli-ca, y si pretendemos unirnos a al-guien hasta que la muerte nos se-pare y formar una familia, parecie- ra invento del demonio y sus aliados más que imaginativa forma de relación. Nadie da lo que no tiene, incluida la ensalzada familia.
Algunos sólo pretenden someter su corazón a nuevas emociones, sin jueces, sacramentos ni prole, con el propósito honesto de hacerse felices mutuamente, pero tarde o temprano el desencanto aflora y la terminación llega, como si ese mismo demonio impidiese a los enamorados ver más allá de sus exageradas expectativas. Antes que resentimientos o culpas –hay muchos corresponsables–, mejor mantener el recuerdo agradecido de que dos conciencias tal vez lograron expandirse.