ace unos días causó conmoción y expectativa el anuncio de que el excelente violoncellista Yo-Yo Ma vendría a CDMX a ofrecer lo que sin duda es el recital supremo, el padre de todos los recitales: las seis suites para violoncello solo de Johann Sebastian Bach. Este recital formó parte de un proyecto global de Ma que consiste en interpretar Las Seis (como se les conoce coloquialmente) en 36 sitios emblemáticos de otras tantas ciudades del mundo. De la declaración de principios que subyace a este proyecto, estas palabras:
‘‘Se trata de un viaje motivado no solamente por la relación de seis décadas de Yo-Yo Ma con esta música, sino también por la capacidad de Bach de hablar a nuestra humanidad común en un momento en el que nuestra conversación cívica está basada frecuentemente en la confrontación.”
Cada escala de este viaje implica, además del recital mencionado, un ‘‘día de acción”, en el que el gran violoncellista participa en una serie de conversaciones y colaboraciones con artistas locales con el objetivo de propiciar diálogos e intercambios de ideas. Si se considera que Yo-Yo Ma no sólo es un músico de altísimo nivel, sino también un hombre preocupado por su mundo y sus congéneres, este proyecto es plenamente congruente con sus loables ideas y puntos de vista. Hasta aquí, todo impecable… en el papel. ¿Y en la práctica?
Para la actuación de Yo-Yo Ma en esta capital fue elegida la explanada del Monumento a la Revolución, al parecer como sustituto de última hora del Zócalo, previamente comprometido para otros asuntos. De entrada, no faltaron quienes, entristecidos y cabizbajos, lamentaron que el recital no hubiera podido realizarse en el Zócalo por aquello de su valor emblemático, histórico, simbólico, etcétera. En lo personal, creo que daba igual un lugar u otro, considerando que tocar esa música en tales lugares es básicamente un despropósito. ¿Cuándo habrá una comprensión cabal de que la necesaria, indispensable divulgación musical (y de cualquier otro arte) debe atender antes, siempre, a la calidad sobre la cantidad?
Sobra decir que en este caso la calidad de la música y del intérprete está más allá de cualquier cuestionamiento. Pero… ¿‘‘escuchar” Las Seis de Bach a cielo abierto, en las peores condiciones de acústica y visibilidad posibles, con procesos de amplificación que quizá funcionen para algún atroz practicante del reguetón, en uno de los puntos más ruidosos y desordenados de la ciudad? Entre el tráfico atronador, los pregones de compra de colchones y venta de tamales, los perros y los bebés, aeronaves que sobrevuelan, patinadores que practican y un sinfín más de distractores, ¿de dónde puede sacarse la mínima concentración necesaria para apreciar de verdad esta música gloriosa, en manos de uno de sus mejores intérpretes? Apoyo absolutamente que se lleve la gran música a la gente; sólo cuestiono que se haga en las peores condiciones posibles y se festeje como un triunfo de la divulgación cultural.
En el contexto descrito, el recital pudo haber funcionado muy bien como happening social, pero dudo que haya sido eficaz como promotor de Bach y su música. ¿Alternativas para lo mismo? Hay muchas, sin duda. Se me ocurre, por ejemplo, ésta: difundir en auditorios cerrados, de buen tamaño (ni muy muy, ni tan tan) y con buenos equipos de reproducción, esa maravillosa serie de videos titulada Inspired by Bach en la que Yo-Yo Ma interpreta Las Seis, interactuando y dialogando con bailarines, coreógrafos, gente de teatro y practicantes de otras artes de muy diversa procedencia y orientación estética.
Quizá no cabrían en la suma de esos hipotéticos foros tantos miles como cupieron en la explanada del Monumento a la Revolución, pero los asistentes sin duda tendrían una experiencia musical más profunda y enriquecedora. Si esta tendencia populista y populachera continúa por el mismo camino, las siguientes grandes ideas podrían ser, por ejemplo, canciones de Schubert en el Foro Sol y nocturnos de Chopin en el Estadio Azteca. Y no, no fui al evento; no hubiera ido por nada del mundo.