uando, en 1911, Emiliano Zapata se unió a la lucha de Francisco I. Madero en contra del dictador Porfirio Díaz (1876-1911) lo hizo porque en su Plan de San Luis, Madero tenía declarado un reparto de tierra. Sin embargo, una vez en el poder, Madero pidió que los zapatistas se desarmaran y tuvieran paciencia. En su gobierno el nuevo presidente preservó diversos funcionarios y jueces porfiristas, los mismos que bajo el lema de Orden y Progreso
presidieron sobre un sistema que concentró tierra, industria y ferrocarriles en manos de una pequeña élite nacional y sus aliados extranjeros.
Ante la insistencia de Zapata que Madero restituyera las tierras acaparadas por los hacendados éste le ofreció un rancho al cual Zapata se podría retirar y tranquilamente cultivar la tierra. Zapata, indignado, le respondió que él no se había integrado a la Revolución para convertirse en hacendado. Fiel a los anhelos campesinos por tierra y autonomía, Zapata seguiría luchando ahora contra Madero, después contra Victoriano Huerta y finalmente contra Venustiano Carranza y Álvaro Obregón.
En contra de ejércitos más poderosos y mejor armados, los zapatistas –junto con los villistas– ocuparon la ciudad de México en 1914. En 1915, en control del territorio morelense, los zapatistas implementaron el Plan de Ayala, transformando un estado que las políticas porfiristas habían vuelto una gigante hacienda azucarera en un territorio donde ahora los pueblos eran dueños de las tierras, decidían qué sembrar y cultivaban de acuerdo con sus usos y costumbres. Al Plan de Ayala le siguieron varios decretos de Zapata que establecieron un banco de crédito para pequeños productores, un ministerio de agricultura para apoyar con semillas e iniciativas para que no sólo los pueblos, sino también los peones acasillados recibieran tierras. Estas iniciativas se fueron extendiendo a Puebla, el estado de México, Michoacán y Guerrero.
Nunca se había implementado en el país un proyecto de tales dimensiones y Carranza y Obregón tomaron nota. Para derrotar a los zapatistas no sólo se necesitaría de una brutal fuerza militar, sino también de un reparto agrario y otras reformas sociales que dieran legitimidad a su propio y limitado proyecto liberal, preocupado más por reformas políticas como la no reelección, que por cambios estructurales como la destrucción del poder de la clase hacendada.
Aunque en la Revolución las fuerzas zapatistas fueron derrotadas, su lucha, visión e ideales determinaron de manera fundamental la Constitución de 1917 y el proyecto nacional posrevolucionario. Asesinado Zapata en Chinameca el 10 de abril de 1919 sus herederos seguirían su la lucha no sólo por reivindicaciones materiales sino también por recuperar la memoria del Caudillo del Sur e insistir en sus principios de justicia. Y es que en las décadas siguientes la Revolución hecha gobierno difundía una imagen de Zapata extirpada de toda radicalidad como uno más de los héroes revolucionarios empeñado simplemente en derrocar a Díaz. Si entre él, Madero y Carranza existían diferencias, éstas se reducían a que Zapata, como simple campesino, no tenía una moderna visión nacional.
Pero habría de no confundir la modernidad con el capitalismo, cuyos excesos primero provocaron la lucha zapatista y cuya esencia estos campesinos empezaron a destruir al implementar el Plan de Ayala en el territorio bajo su control. La calidad conservadora que pudiera tener el mundo campesino tiene mucho más que ver con su negación de padecer una injusticia que desborda su economía moral que a rehusarse a una nueva forma de organización social. De allí la constante resistencia del México profundo a proyectos económicos basados en su eliminación. Eso no es oponerse al progreso, es luchar por la humanidad
Desde el poder, la dinámica, creativa, tenaz y consistente lucha revolucionaria zapatista se ha querido ocultar mediante la apropiación de la figura de Emiliano Zapata llegando a extremos que representan un insulto a la memoria histórica. El presidente José López Portillo, por ejemplo, en 1979, intentó trasladar sus restos de Cuautla al Monumento de la Revolución en Ciudad de México para que allí yacieran junto a los de Venustiano Carranza, el general que lo mandó matar. En 1992 el presidente Carlos Salinas anunció su reforma del artículo 27 frente a una gran imagen de Zapata con la cínica aseveración de que El Caudillo del Sur apoyaría los cambios que ahora privatizaban el ejido y declaraban nulas las pendientes peticiones de tierra.
Pero los pueblos tienen memoria y anhelo de justicia. Por eso han reivindicado el legado de Zapata. Desde la lucha de Rubén Jaramillo (él mismo integrante de las fuerzas zapatistas) quien, desde finales de la década de los años 30 hasta su asesinato por el Ejército en 1962, emprendió una lucha agraria, a los veteranos zapatistas de la Revolución que día y noche vigilaron la tumba del general Zapata para que el gobierno no llevara sus restos a Ciudad de México, al EZLN que en 1994 lanzó su ¡Ya Basta!
a las reformas neoliberales, a los pueblos del oriente de Morelos que hoy se oponen a la construcción de una termoeléctrica que devastaría sus tierras y aguas, Zapata, como ejemplo, símbolo e inspiración de lucha sigue vivo.
A un siglo de su muerte, su lucha aún continúa.
*Profesora-Investigadora del Massachusetts Institute of Technology. Autora del libro Después de Zapata. El movimiento jaramillista y los orígenes de la guerrilla en México (1940-1962) (Akal, 2015).