Detenciones
as sonadas detenciones de dos ex altos funcionarios del gobierno ruso –Mijail Abysov, quien se desempeñó como ministro federal y era uno de los colaboradores más cercanos del entonces presidente y actual primer ministro, Dimitri Medvediev, y Viktor Ishayev, anterior representante presidencial en el Lejano Oriente y gobernador de Jabarovsk durante 18 años–, ofrecen lecturas para todos los gustos, pero nadie cree que hayan caído en desgracia sólo por corrupción, el motivo oficial que se les imputa.
Y no porque estén libres de culpa, en el supuesto de que pudieran explicar su enriquecimiento inexplicable, sino por la preponderancia que está adquiriendo la plana mayor de la seguridad del Estado, como juez y parte de las guerras entre los distintos clanes que se benefician de su cercanía con el Kremlin.
La lealtad es determinante para mirar hacia otro lado ante los apetitos insaciables de los subordinados y la impunidad termina cada vez que se estima necesario recordar a los miembros de la élite quién manda en Rusia.
Se comenta sotto voce que Abysov, residente la mayor parte del tiempo en Italia, al reunirse en sus viajes a Moscú con otros integrantes del entorno de Medvediev comenzó a expresar malestar por las sanciones foráneas que provocan las decisiones de Putin, argumentos que comparten los que piensan que no se hicieron ricos para no poder disfrutar de sus fortunas.
Medvediev, antes su gran protector, no movió un dedo para defenderlo, igual que Molotov no intercedió por su esposa, Polina Zhemchushina, cuando Stalin ordenó detenerla como supuesta espía alemana. Con ello, pierde un pilar de su equipo, pero mantiene sus opciones para mantenerse en el cargo.
El pecado de Ishayev, convertido en muy próspero empresario, no es otro que haber apoyado públicamente al actual gobernador de Jabarovsk, Serguei Furgal, el opositor que supo derrotar en las urnas al candidato promovido desde Moscú.
Además, en medio de repetidas denuncias en Internet que ponen en entredicho la honestidad de una figura del círculo intocable del presidente como Serguei Chemezov, antiguo compañero en la estación del KGB en Dresde y jefe de la corporación pública Rostej (más de 700 empresas, que en su mayoría fabrican armas), sus antiguos colegas desenmascararon la enésima porción de corruptos famosos.