ebido a una grata coyuntura académica reciente, tuve oportunidad de revisitar, después de muchos años, esa película clásica de ciencia ficción que es Planeta prohibido (Forbiddden Planet, Fred M. Wilcox, 1936). Pionero en muchos ámbitos, este interesante filme tiene como una de sus virtudes principales el hecho de que contiene numerosos elementos fundamentales del género, muchos de los cuales serían expandidos y profundizados en películas posteriores.
De interés particular, por ejemplo, el hecho de que el argumento de Planeta prohibido está basado en La tempestad, de Shakespeare. Relevante, también, la primera aparición en pantalla de Robby El Robot, electromecánico personaje que desde entonces habría de convertirse en un ubicuo icono cultural, inspirador de otras criaturas (¿artefactos?) como él.
Y, sin duda, uno de los atractivos principales de Planeta prohibido para el cinéfilo/melómano desorbitado es que se trata de la primera película musicalizada por entero con sonidos electrónicos. En su libro titulado Twenty Four Frames Under: A Buried History of Film Music, uno de los mejores textos sobre música de cine, Russell Lack escribe lo siguiente sobre el tema: “Tan temprano como 1956, la influencia de esta tecnología en pleno desarrollo fue escuchada en la primea partitura fílmica totalmente electrónica, una obra maestra de culto creada por Louis y Bebe Barron para el filme Planeta prohibido de la MGM, donde los resultados no son tanto música sino clusters de efectos sonoros electrónicos extrañamente coagulados. Para esa época, estos sonidos eran indudablemente únicos, y evocaban paisajes auténticamente alienígenos y terrores de otros mundos. En contraste, el tema de Robby El Robot se percibe como el burbujeo de una percoladora de café, mientras los temas fluidos continúan con una secuencia de alberca que combina efectos de gotas de agua y poderosos glissandi en un torbellino sonoro caleidoscópico, semejante al de un carrito de helados. Dramático no es”.
Louis y Bebe Barron formaron una pareja (marido y mujer) que inició su improbable trayecto por los senderos de la música concreta y electrónica gracias a uno de sus regalos de boda: una grabadora de cinta magnética de carrete abierto. Todo fue recibir el regalo y comenzar a experimentar. Si bien los Barron hicieron montajes sonoros concebidos como música de concierto, fue su trabajo en el cine el que les dio una cierta cuota de fama y reconocimiento. Es probable que los sonidos del atractivo soundtra ck de Planeta prohibido puedan parecer anticuados y naif a oídos de las nuevas generaciones que crecieron en plena era digital, pero lo cierto es que se trata de un trabajo original, inteligente y, que a pesar de todo, no ha perdido su vigencia. La buena noticia es que, además de algunas pistas sueltas que aparecen en diversas compilaciones, es posible conseguir el soundtrack completo de Planeta prohibido, tanto en vinilo (difícil) como en cedé (fácil), cosa que recomiendo ampliamente a los interesados en el trabajo de los pioneros de la música electrónica.
Una revisión del filme (que también vale mucho la pena) permitirá notar que en los créditos aparecen Louis y Bebe Barron como creadores de tonalidades electrónicas
y no de la música de la película. ¿Necedad o pretensión semántica? Nada de eso: simplemente, los productores se vieron obligados a utilizar ese término para evitarse un problema mayúsculo con la rama de músicos del sindicato. (Nada hay nuevo bajo el sol.) Para redondear, estas palabras de Louis y Bebe Barron sobre sus tonalidades electrónicas: “Al componer para Planeta prohibido, como en todo nuestro trabajo, creamos circuitos cibernéticos individuales para temas y leitmotivs particulares, en vez de usar generadores convencionales de sonido. De hecho, cada circuito tiene un patrón característico de actividad, así como una ‘voz’. Estábamos encantados de escuchar a la gente decirnos que las tonalidades de Planeta prohibido les recordaban cómo suenan sus sueños”.