Opinión
Ver día anteriorDomingo 17 de marzo de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Antídoto contra la soledad
M

iguel Morey, pensador catalán afincado un tiempo en México, escribió un espléndido libro, Pequeñas doctrinas de la soledad, que le editó Sexto Piso, el cual nos confronta con lo que sucede actualmente en México, en una atractiva prosa en la que bailan la música española andaluza y la guitarra ranchera mexicana. En la portada del libro, Morey nos dice: “El autor contrapone el único antídoto efectivo: el silencio, pero es un silencio peculiar… el silencio que nos permite dialogar con nosotros mismos, escuchar aquello que anida en lo más profundo de nuestro ser antes de cualquier normalización preparada por las fuerzas de la sociedad , para así poder transitar a través del pensamiento que mueve los hilos de ese extraño acontecimiento llamado existencia. Pequeñas doctrinas de la soledad es una puerta que nos comunica con la compañía más preciada a la que podemos aspirar: la soledad de los grandes escritores, soledad que se cristaliza en palabras, y éstas en literatura, el único espejo de nosotros mismos donde la imagen coincide con el objeto que la provoca. Beckett, Artaud, Burroughs, Zambrano, Nietzche, Derrida, Michaux, Lowry, Bataille… son algunos de los rostros que nos acompañan a lo largo de este ejercicio silente que entraña conocernos y reconocernos en los otros. Miguel Morey, con la gran inteligencia, prosa precisa y elegante que lo caracteriza, nos invita a pensar nuestra soledad inmersos en la lectura, porque es la nuestra una soledad de letrada, una soledad literata, ‘la soledad que nace en el interior de ese espacio que abre al lector que lee para sí. Y es la soledad del escritor, simétrica también. «Escribir es defender la soledad en qué es ésta», le escuchamos decir a María Zambrano unas páginas más adelante. Y efectivamente se trata de esto, casi sólo de esto, en las páginas que siguen: de la Soledad de leer y de la soledad escribir de leer y el escribir, y con modos mayores de interrogar la propia soledad. Y de la mayoría de edad y del saber acompañarse’.”

Habitantes y es que somos de lo fugaz, intérpretes en nombre de la realidad, intentamos apresar el sentido y salir del mundanal ruido y de la multitud; dejar atrás la soledad, la no verdad y apresar por un instante lo absoluto. Sin embargo, nos enfrentamos brutalmente con el revés del tiempo, su vuelco a aquello que se inserta en el ombligo del sueño en el lugar en el que los hilos del sueño se entretejen para dar cabida al no sentido, ese ombligo incognoscible donde los hilos del sentido se enmarañan en la imposibilidad de desenredarlos, ese centro, él no sentido, que es como aceptar que la clausura de la metafísica no es hermética, sino que presenta fisuras por donde lo irracional hace su aparición, aquello que se nos va, que se escapa, desconocido, lectura como polvo de huellas mnémicas verbales susceptibles de volatizar, de digerir instantáneamente por poco que falte el contacto y vuelve a aparecer el hueco, la incompletud, el vacío, que no se enfrenten a la fugacidad del instante vivido.

Instante temporal singular susceptible de ser repetido por evocación y este evocar es una de las tareas del quehacer sicoanalítico, mismas que se dan en el lenguaje que pretende intemporalizar. Freud desde el inicio que el hombre se siente en el mundo en condición marginal, en búsqueda permanente de lo que creemos perdido al intuir que el dolor profundiza y haberlo encarnado en otro nos despierta cierta identificación. El sicoanálisis se despliega como teoría no acabada que propone una arqueología de los conceptos y un intento de interpretación del originario, establece paralelismos con una filosofía compuesta al logo fono-falocentrismo al cierre y la clausura, y camina a la traducción transcripción y trasliteracion.

El contacto humano y, por tanto, intersubjetivo se inicia con el grito que emerge del desamparo original, el dolor, la incompletud, la soledad, entendida como proceso interno en un escrito que engancha y es difícil de soltar.