Martes 12 de marzo de 2019, p. 4
Primer corte de caja y, a decir del presidente Andrés Manuel López Obrador, todo marcha sobre ruedas. A partir de sus inamovibles ideales de no traicionar, de llevar la austeridad del gobierno a límites franciscanos, de fincar cualquier empeño transformador en la honestidad del pueblo y de asegurar además que no hay atisbo de recesión económica, quienes acudieron para oír en directo los pormenores de lo hecho y por hacer, fueron sobre todo funcionarios del gabinete federal, hombres de empresa, algunos gobernadores y muchos militares.
¿Para qué más? Dirían sin duda los organizadores de esta ceremonia cuya sencillez fue de un contraste radical con el boato y las suntuosas puestas escenográficas realizadas todavía hace pocos meses para un mensaje del jefe del Ejecutivo federal en el patio central de Palacio Nacional.
Y por eso, sin palcos, edecanes, complicados y clasistas laberintos de vallas y distintivos, enérgicos miembros del Estado Mayor Presidencial y, sobre todo, sin una malla para cubrir ese espacio abierto, los 77 minutos de la intervención del mandatario –único orador– fueron también la medida para el avance de un sol inclemente hacia el estrado o línea de honor, como se le denominó, ocupado por los titulares de los poderes Legislativo y Judicial y de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero.
El discurso concluyó cuando el Sol ya prácticamente fundía, viniendo de atrás, a los ocupantes de las filas 12 a la tercera, pero lograron librar esa incomodidad los invitados de mayor alcurnia y nueva prosapia: los políticos y empresarios, quienes ayer tuvieron oportunidad, en los prolegómenos y luego al final, de conocerse, reconocerse, identificarse, intercambiar palmadas y teléfonos, agendar citas. Lo que da el poder, pues.
En ese transcurrir de personajes y anécdotas, y acaso con discretos diálogos y furtivas miradas a sus celulares, los oficiales del Ejército, enfundados en riguroso traje de gala, casi todos tenientes y capitanes segundos cumplían la misión de resguardar y dejar asientos desocupados en por lo menos la tercera parte del sillerío, de un total de 600 en previsión de una mayor demanda de espacios. Pero no hizo falta.
Testigos separados de esa distinguida concurrencia –porque eso sí no ha cambiado– los periodistas identificaban a los invitados, cronometraban la interminable conversación entre el empresario Alfredo Harp y la secretaria de Cultura, Alejandra Fraustro; registraban la llegada de gobernadores o daban cuenta del diálogo entre el mandatario de Oaxaca, Alejandro Murat, y la secretaria de Economía, Graciela Márquez Colín. Tampoco quitaban la vista de los comisionados presidentes del Instituto Nacional Electoral y del Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales, Lorenzo Córdova y Francisco Javier Acuña, respectivamente.
Y aunque todos lo vieron al llegar, algunos no contuvieron una exclamación para ilustrar la trascendencia del hecho: ahí estaba ya Carlos Slim Helú. Por eso, y como ocurre siempre, cuando tras la interpretación del Himno Nacional y el retiro del mandatario se decretó el rompan filas
, cayeron sobre el multimillonario hombre de negocios decenas de grabadoras y cámaras.
Ahí mismo, y aunque por supuesto no en la misma proporción, otro asistente muy solicitado, y no por falta de méritos pese a que en todas sus respuestas empezaba diciendo: ya aclaré, ya me disculpé con quien se haya ofendido
, por sus declaraciones en torno a la actriz Yalitza Aparicio, fue el delegado del gobierno federal en Veracruz, Manuel Huerta.
Pero como en todo acto político, también las ausencias patentes contaron: no estuvieron aquí, dirigentes políticos, sindicales ni sociales. Tampoco legisladores más allá de los de obligada asistencia.
Seguramente los encargados de convocar a este informe de los primeros 100 días de gobierno tomaron muy en serio la declaración presidencial sobre su determinación de prescindir de aquellos personajes, y ratificada el domingo en Puebla y ayer mismo en su discurso. Tampoco, por cierto, fueron llamados a Palacio, entre otros, los jerarcas religiosos ni los integrantes del cuerpo diplomático acreditado en México.
Y como en el corazón de la capital del país, a tenor con los tiempos presidenciales, se protesta temprano, muchos ciudadanos se mostraron, a través de ruidosas protestas, muy lejos de compartir el optimismo, las cifras y la determinación presidencial para avanzar sin mover un ápice su ruta hacia la bella utopía
de convertir a México en una potencia económica con dimensión social
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