as disputas difusivas, al llegar a los casi 100 días de que asumió el poder el nuevo gobierno, lejos de amainar se multiplican y hasta encrespan. Los motivos varían según las fuentes emisoras y los intereses que son o se creen contrariados. Tales diferencias surgen sea por las visiones programáticas o sea por los distintos desplantes y voces del Presidente. Se incluyen aquí los desacuerdos que, a veces, alcanzan rispideces notables pero que, con las horas, se apaciguan y tornan pasajeros. Es necesario destacar también la uniformidad que han adquirido, en sus rasgos y sustancia, las muchas criticas que se oyen en el espacio público. Los llamados contrapesos perdidos es, quizá, el principal aliento a la preocupación sistémica. Tampoco desmerecen otros ángulos, como la concentración de poder en la figura presidencial o la centralización de las decisiones. Y, a manera de repercusión electoral, la negativa tendencia, disolvente acaso, de los partidos políticos ahora en la oposición. Se descubren, por estas rutas que, en puntos extremos, esas vertientes bajo crítica pueden catalogarse como atentatorios para la vida democrática de la nación. Pero todo este ambiente de efervescencia bien puede, también y desde otra perspectiva, apreciarse como rasgo de una rica, por plural, actividad política.
Lejos de encontrar explicaciones bastardas en esta explosión de puntos de vista se pueden, a su vez, reconocer sanas intenciones ciudadanas. No se ignora tampoco que se cuelan, por ahí y por allá, expresiones que disfrazan intereses soterrados y hasta criminales. Pero la masa crítica que va surgiendo en su mayoría despliega un manto de preocupaciones audibles, incluso aceptables. La energía con que se muestra la complejidad que distingue a la realidad nacional es innegable. Ciertamente hay en estos días de alboroto un aparato comunicacional hegemónico en sus acciones y, en especial, en la sonoridad de sus opiniones. Una consecuencia de la permitida apropiación del espacio público por sólo una clase: la empresarial, relacionada con la dominante postura neoliberal que ha prevalecido al interior del grupo de mando del país por más de 30 años consecutivos.
En el transcurso de este largo periodo, buena parte de la sociedad se fue adentrando y aceptando, como propios, los conceptos y rituales que integran dicha postura económico-política-social y cultural. Hubo sin embargo crecientes sectores que rechazaban esos modos, enfoques y maneras de actuar, en buena parte impuestos desde las cúspides decisorias. Al mismo tiempo empero se fueron engrosando aspectos que degradaban, paso a paso, tanto los resultados como la misma ética del manto dominante. La contaminación llegó a tal punto que provocó un fuerte, intenso rechazo en las mayorías nacionales. Pero, al interior del sector de creyentes de la fe neoliberal y sus dogmas o maneras de actuar se impuso una historia distinta. Asimismo, se integró un compacto grupo de influyentes opinadores. Unos provinieron de la academia, otros de las letras, el periodismo, la moda, desde organismos sociales o la investigación.
Han ocupado, a contracorriente de premoniciones, sus relevantes posiciones hasta estos días. A pesar de su número, al interior, pueden distinguirse posturas diversas e intenciones varias: la mayoría refleja ciertamente la versión oficialista, pero otras carga sus dichos con matices singulares y valores concisos.
Debe por tanto mencionarse, reconocerse, que hay quienes expresan profundas, sólidas diferencias con lo que viene aconteciendo desde el triunfo de Morena y los muchos cambios de referentes en diversos órdenes. Algunas divergencias escuchadas de manera frecuente también acarrean una formación seria, con válidos modos y maneras de difundirlas. A esto bien puede llamarse la vida plural de una sociedad que aspira a ser moderna.
Se pensó que el nuevo gobierno entraría en franco pleito con tan disímbolo entramado de individualidades, y otros más hasta temieron su expulsión de las posiciones de privilegio difusivo logradas a través del tiempo. No ha sido así. No sólo conservan sus nichos de salida al público sino que, a la vez, acrecientan sus acentos. En estos menesteres han contado también con el auxilio, paraguas y apoyos del mismo empresariado de la comunicación, estrato incrustado en las élites prevalecientes.
Es decir, reciben en su favor el peso y envergadura del vasto e influyente aparato de convencimiento social. El futuro no augura enfrentamientos distintos a los que ya ocurren en la disputa por el oído colectivo. Es esperable que todo este reacomodo discurra bajo normas establecidas y con respeto a los derechos humanos.