Miércoles 6 de marzo de 2019, p. 5
Los ceramistas Aurora Suárez y Hugo X. Velásquez (1929-2010), quienes fueron matrimonio, jamás habían expuesto juntos. Claro, a veces habían contribuido con obra para una que otra exposición colectiva. Sin embargo, la primera muestra completa de ambos, Corazones de fuego y otros atados, que incluye obra inédita del binomio artístico, se aloja en el Museo de Arte Popular (MAP).
La idea surgió de una serie de piezas que Velásquez creó entre 2008 y 2009, aunque ‘‘no había quemado’’, es decir, no habían entrado al horno. Al fallecer su cónyuge, a Suárez le tocó quemarlas a alta temperatura. Se trata de ‘‘unas placas de porcelana –algunas se exhibieron hace tiempo en Casa Barragán– con unas formas femeninas muy abstractas”.
También de Velásquez se exhiben ocho corazones, algunos completos, otros seccionados, unos más con tapa, que aportan al nombre de la exposición. Están hechos con un barro encontrado en el pueblo alfarero de Tlayacapan, Morelos, con el que el ceramista empezó a experimentar.
Conservan el color original del barro y tienen un engobe de color mate rojizo. Suárez también los quemó después a baja temperatura.
Las piezas de la ceramista están inspiradas en, explica en entrevista con La Jornada, ‘‘ciertos detalles de las decoraciones prehispánicas en que de pronto hay pedacitos como de un vestuario. Las veo como si fueran un ramito, no de hojas, sino de palitos. Con esa referencia hice unas piezas en que trabajé elementos como churros de barro que están amarrados en un astillo.
‘‘Esas piezas tienen diferentes formas y las pegué sobre unos marcos también de cerámica, como si fueran cuadros. Con el mismo tema hay unas cinco urnas de barro que también tienen esos atados como elementos adicionales.”
Cuando Aurora conoció a Hugo éste ya era ceramista, mientras ella tenía formación de arquitecta, profesión a la que se dedicó varios años, además de trabajar el diseño gráfico. Suárez entró a trabajar en el taller desde que conoció a Velásquez: ‘‘Nos casamos, siempre hacía algo en el taller, primero no era algo creativo, sino un poco de administración. Luego, me fui metiendo más y más en el barro. Al cambiarnos a Cuernavaca, en 1985, ya no era práctico viajar a la Ciudad de México para trabajar. Entonces, me dediqué a la cerámica”.
Aunque Suárez aprendió con su esposo, aclara: ‘‘nunca tuvimos una competencia. Los resultados siempre han sido muy diferentes. Cada uno hemos conservado nuestra identidad propia sin influirnos, aunque he sido alumna de él en el sentido de aprender lo que no era mi profesión”. Con trayectoria de ceramista de más de tres décadas, Suárez dice que en esta actividad, ‘‘como sucede en la vida misma, tratamos de encontrar un equilibrio entre el aprendizaje de la técnica con nuestra propia creatividad”.
La muestra Corazones de fuego y otros atados, montada en el MAP (Revillagigedo 11, Centro), concluirá el 12 de mayo.