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Nosotros ya no somos los mismos

¡Fue el GPS!

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▲ Captura de pantalla de la app WazeFoto
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í. El responsable fue este dispositivo que todos usan, pero pocos saben su nombre completo: Sistema de Posicionamiento Global. Pues sí: ese dispositivo y su alcahueta aplicación conocida como Waze, causaron una de las más grandes confusiones que registra la historia. Está por demás que se busquen chivos expiatorios (ni bueyes, güeyes o cualquier otra especie), para tratar de explicar un muy lamentable gafe, con la tonta e ignara excusa de la ausencia de dolo en la acción realizada. Pero dejemos todo esto del dolo para más adelante y reconstruyamos la verdad histórica.

Como todos sabemos, el genovés, ahora conocido simplemente como Colón, (pese a sus diversos nombres y nacionalidades), fue un navegante empírico de primera, tanto que le dio a la reina española, doña Isabel, una mareada que don Felipe (un rey tan anodino y blandengue como el actual y no se diga el anterior) no consiguió proporcionarle en todos los años de reinado. Gracias al celestinaje de unos frailes del monasterio de la Rábida, como Juan Pérez y Antonio de Marchena, la reina pignoró sus joyas a la empresa conocida como Odebrecht, su-ce-so-res. ¡Dios mío, aparta de mí este cáliz!

Los asombrosos prestidigitadores y escapistas de la actualidad: Hinojosa Cantú, los San Román, los Odebrecht y otros lobbistas, tan exitosos como perdonados e impunes, tienen su experiencia y su historia: En aquellos tiempos sus antepasados eran igual de zalameros y exitosos: Mire mi gaviota marina, le susurraron, usted sáquele a su majestad su firmita y unos sellos reales, y nosotros le construimos una nave del tamaño de un trasa-tlántico (o de tres carabelas), anclado, además en Lomas Altas, para que no le moleste el romper de las olas del lago de Chapultepec.

Las tres carabelas estaban casi listas. Los remilgos pudibundos de los viejos fifís, sin embargo, presentaron una moción: llamar Mari Galante a la nave insignia les parecía un despropósito, casi una blasfemia. Si hubieran conocido a la galante Mari habrían, sin remedio, cometido pecado de la carne (y no me refiero, por supuesto, a los salchichones y los solomillos). Lo que resultaba increíble es que hubieran dejado para última hora lo más importante: los instrumentos científicos, la tecnología de punta de ese año de gracia de 1492. Bagaje absolutamente indispensable para que sabios y gobernantes aceptaran que su hipótesis sobre el planeta tierra era una teoría muy redonda. Pero resulta que Martín Alonso, quien había aportado un cuantioso capital a la aventura (así le llamaban a la visionaria odisea emprendida por doña Isabel, las lenguas piadosas que habían constituido el primer de grupo de contrapeso a la Corona), comenzó a titubear cuando leyó los últimos reportes de las Agencias Calificadoras de Riesgo tan influyentes en esa época: Venancio & Manolo Half Brothers, Gilipollas Corporation Investors Service y Standard, Poors & Lumpens.

Por eso de inmediato recurrió a don Pedro Vázquez, para que convenciera al mayor de los hermanos Pinzón que, como todos sabemos, gracias al histórico relato del autor Horacio Fontova: “los hermanos, pinzones, eran unos… (grandísimos) marineros ” A estos carnales, verdaderos ternuritas, les encargaron la inmediata adquisición (sin licitación de por medio, dadas las urgencias), de los viejos tratados, los más contemporáneos testimonios y el instrumental tecnológico imprescindible: cartas náuticas, brújula magnética, taxímetro inglés. Por supuesto el astrolabio (vigente en Europa desde el siglo XI hasta el XV) que determinaba posición y altura de las estrellas y definía la orientación del buque. Le sigue el cuadrante para medir la latitud del barco, luego la ballestina de Davis, el sextante nocturlabio y, como ya no tengo tiempo, aquí me quedo porque lo bueno está por llegar.

Colón salió del Puerto de Palos el 3 de agosto de 1492. Llegó a la isla Guanahaní el 12 de octubre. Restando los días que duró la reparación de sus naves, el viaje fue menos pesado y engorroso que un periodo de sesiones en la Cámara de Diputados.

Carajo, Cofa o Torre de vigilancia, se le nombra al lugar en que al final del mástil mayor, un marinero, al que se llama vigía, otea noche y día el horizonte para alertar a la tripulación de cualquier posible imprevisto. Pues en la cofa de la Santa María iba arrebujado un españolito al que todos consideraban, mustio, lerdo, ido: pocos, en los años de faena juntos, le conocían la voz. Sin embargo, bastó un minuto para que todo el mundo de entonces y desde entonces, recogiera sus pocas palabras, seis para ser exactos. Dos de ellas quedaron inscritas para siempre en los libros de historia: ¡Tierra! ¡Tierra! Las otras, y muy importantes, se deben al afán de esta columneta de investigar, y de informar con precisión y a profundidad los temas que toca. Por eso rastreó los otros cuatro vocablos que, aunque ignotos desconocidos tienen mucho que ver con un minúsculo incidente de nuestros días: Levanta el vigía su catalejo, más por costumbre que por utilidad y ¡Oh, sorpresa! En el fondo del horizonte descubre tres colores: el del mar verde, azul, transparente, una leve franja blanca y luego una mancha negra que va de lado a lado: la cerrada vegetación que confirma la esperanza: tierra firme. Para asegurarse, limpia o lo contrario, su catalejos, enfoca y la registra: una mujer desnuda que a grandes zancos traspasa el ángulo focal. Es baja de estatura, sus piernas y muslos de una marcada presencia muscular. Al término de ellos surgen dos perfectas redondeces que no se cimbran un milímetro pese a la velocidad de la carrera. Acezante, el vigía, sube el miralejos: la imagen ha desaparecido.

Lanza sus dos alaridos desgarradores que ya anotamos: ¡Tierra! ¡Tierra! Y luego, de la garganta hecha pedazos, de los entresijos surgen sus otros, apenas audibles vocablos: ¡Hostia! Qué pinche india.

Twitter: @ortiztejeda