uando se escriba la infeliz historia de la lamentable concatenación de errores, equívocos, engaños, malentendidos y pasos en falso que se conoce como Brexit, no dejará de advertirse que en su inicio, hace seis años, y hoy –con el final ya próximo, aunque en realidad nunca se sabe– hubo dos errores de cálculo de gran dimensión a cargo de los primeros ministros en funciones en cada uno de esos momentos: David Cameron, entonces, en 2013, y Theresa May, ahora, en 2019.
La decisión de someter a referendo la continuada membresía británica en la Unión Europea ha sido en general considerada como un faux pas de alcance histórico: excesiva para el propósito proclamado de evitar el abandono del Partido Conservador por los euroescépticos recalcitrantes y asegurar así el triunfo en la elección de 2015, y adecuada sólo para desatar una secuencia de acciones y reacciones cuyas consecuencias y costos finales fueron y continúan siendo impredecibles e inconmensurables. Por largo tiempo se consideró que el error de Cameron estribó en un mal cálculo del resultado del referendo, el haber confiado en el triunfo de quienes deseaban la permanencia en Europa. Ahora, como reveló el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, se sabe que el error fue otro: Cameron estaba convencido que no habría oportunidad de cumplir la promesa –que Tusk mismo calificó de idiota
– pues de la elección surgiría no un gobierno conservador, obligado a honrar dicha promesa, sino otra coalición con los demócrata-liberales. Éstos, como condición sine-qua-non para sumarse a la coalición, exigirían que el nuevo gobierno abandonase la idea del referendo, lo que Cameron aceptaría con la alegría del ratón que encuentra, por fin, cómo escapar de la ratonera.
Como ocurre en el trayecto de un tobogán, la pérdida de altura empequeñece las dimensiones. El último –o, mejor dicho, el más reciente– faux pas de la señora May es de mucho menor calibre que el antes narrado. A pesar de la contundencia de la derrota sufrida a mediados de enero (véase Un paréntesis: Br[NO]exit
, La Jornada, 24/01/19), la primera ministra insistió, la semana pasada, en conseguir el respaldo parlamentario para sus gestiones de salvamento de última hora en Europa. Como era fácil prever, volvió a fallar en su intento y volvió a confirmarse que su versión del Brexit –que ella considera el mejor resultado que es dable alcanzar– no satisface a nadie: es rechazada por los partidarios de la salida a cualquier precio, porque les parece que ofrece demasiadas concesiones y mantiene demasiados vínculos con la Unión; es rechazada por quienes prefieren una salida negociada que minimice los costos, porque se niega a descartar la opción de una salida dura
–una salida sin acuerdo; es rechazada por los eurófilos, partidarios de la permanencia, porque cierra la puerta a las opciones que podrían favorecerla: una ampliación –de finales de marzo a finales de junio, por ejemplo– del periodo de negociación, en los términos del artículo 50, o bien un nuevo referendo, que permita revisitar la decisión de salida a la luz de sus costos reales. Con el peso de estas derrotas parlamentarias, la señora May emprende esta semana una nueva vía dolorosa
por capitales europeas, a sabiendas que es generalizada la fatiga con el Brexit.
Wolfgang Münchau acaba de ofrecer (FT, 16/02/19) una visión realista de los costos de un “ Brexit duro” –que, por cierto, no serían sustancialmente inferiores a los de un “Brexit negociado”: “…puede equivaler, para mucha gente, a una tragedia humana. Reinstalaría de inmediato una frontera controlada en Irlanda. Muchas personas perderían sus empleos como consecuencia directa o indirecta. Sería el fin de gran número de pequeñas empresas que comercian con la Unión Europea… Pondría en cuestión, de la noche a la mañana, el estatus legal de 5 millones de ciudadanos británicos y de la UE. El verdadero desastre, a fin de cuentas, no se reflejaría en el producto interno bruto, sino en las condiciones de vida de la gente. Las filas de compradores desaparecerían tarde o temprano. Los anqueles volverían a colmarse… tan pronto como los comerciantes aprendiesen a llenar los formualrios de aduana. La mayoría de los problemas técnicos podrán manejarse, pero el efecto sobre las personas será duradero”.
El siguiente eslabón de la cadena mencionada al principio vendrá a finales de febrero tras el regreso de May de una gestión europea seguramente infructuosa: será difícil evitar que el Parlamento apruebe la llamada enmienda Cooper, destinada a excluir una salida sin acuerdo y a conseguir tres meses adicionales de plazo para continuar las negociaciones. Por otra parte, la renuncia a los partidos Conservador y Laborista de una docena de parlamentarios en los pasados dos días sugiere que la filiación política se define más entre brexiters
y remainers
que por las lealtades partidistas usuales.
Noticia: He iniciado mi desempeño como vocal de la Junta de Gobierno del IPAB. En atención a ello, a partir de los aparecidos este mes, entrego a título gratuito mis colaboraciones de opinión a La Jornada.