Sábado 16 de febrero de 2019, p. a12
Van Morrison publica nuevo disco: The Prophet speaks y completa así tremenda tetralogía.
De acuerdo con sus palabras para describir la esencia del que el Disquero considera el mejor de estos cuatro discos, el titulado Roll with the punches esta tetralogía es una ‘‘teatrología”, pues Van Morrison, también llamado El León de Belfast, ha declarado: ‘‘antes que músico, soy actor; en este disco actúo todas las canciones”.
The Prophet speaks, el nuevo álbum, completa el ciclo que inició el 22 de septiembre de 2017 cuando publicó Roll with the punches; nueve semanas y media después dio a luz Versatile; en abril pasado editó You’re driving me crazy y apenas hace un par de meses dio a conocer The Prophet speaks.
Hay hilo conductor en estos cuatro discos y estas son las hebras: la autobiografía, la reflexión, el retorno al origen, una declaración de amor por la música que lo hizo: el gospel, el soul, el blues, el jazz, el rhythm and blues.
El hilo es el gospel.
Hay, en realidad, varios Van Morrison. Su rostro es un poliedro.
Nació musicalmente escuchando, cuando niño, los discos que compró su padre durante los años 30 del siglo XX, en Detroit. Hay referentes casi sagrados en esa genealogía: Solomon Burke, Rosetta Tharpe, Little Walter.
Del primero aprendió a vivir el gospel piel adentro; de Rosetta supo de la contundencia, el impacto, la herida que causa el alarido, el estertor, la poesía cantada; de Little Walter supo cómo una armónica puede sonar de la misma manera que una locomotora atraviesa a gritos, pitando, la oscuridad de la noche, oscuro relámpago.
La ironía es otra impronta en la música de Van Morrison: la canción que da título al capítulo inicial de su tetralogía, Roll with the punches, de la que no imagino otra traducción que no sea ‘‘Un paseo por los madrazos”, con su portada de boxeadores en el ring, encierra una preocupación y un valemadrismo simultáneos: ‘‘en el amor/ te ahorrarías muchos pesares / si no te andas preocupando tanto por pendejadas” y casi casi afirma: ‘‘te hace falta ver más box” (je).
Saltemos a The prophet speaks, porque ahí suelta netas también:
When the prophet speaks,
mostly no one listens
When the prophet speaks and no one hears
Only those who have ears to listen
Only those that are trained to hear
¡sopas!
El dardo apunta, claro, al easy listening que puebla redes sociales, teléfonos celulares y demás chucherías, pero más allá: hemos perdido el foco, lamenta Van Morrison, del sentido social de la música, de su raigambre emocional en cada uno de nosotros, hacemos de lado el gran tesoro lírico con desprecio e ignorancia.
He ahí un hilo mágico que lo ata, en paralelo, con Bob Dylan.
Y llega la imagen de ellos dos en las ruinas de Atenas, verano de 1989 en la vieja Acrópolis, cantando canciones de Morrison, Dylan en guitarra y armónica y voz, Van en voz, guitarra y pelo al viento. Cantan a las musas y cantan a Arthur Rimbaud.
Hoy, Bob Dylan 77 años de edad, Van Morrison 73, en efervescencia, viven la cosecha de una vida de conciertos.
No cejan en grabar discos, ofrecer conciertos y los discos de ambos tienen mucho en común, fundamentalmente el rescate de las joyas líricas que les dieron cuna y canto.
No en balde la Academia Sueca concedió el Premio Nobel de Literatura a Robert Zimmerman precisamente ‘‘por haber creado nuevas expresiones poéticas en el marco de la gran tradición musical estadunidense”.
Van Morrison en tetralogía (Roll with the punches, Versatile, You’re driving me crazy, The Prohet speaks), Bob Dylan en pentalogía (Shadows in the night, Falling angels, Triplicate = cinco discos), recuperan, el primero, canciones clásicas que lo formaron; el segundo (que en realidad es el primero, je), Dylan recopila viejas canciones, muchas de ellas dadas a conocer por Frank Sinatra para dotarlas de sentido, recuperar su decir original, prístino, echado por la borda por los manierismos de Sinatra.
Ambos, Morrison y Dylan, saben del arte de los trenes transportados en armónica.
Los dos cantan feo pero se las saben completitas.
Las líneas que comparten viajan siempre en paralelo, como las frases tintinnábuli de Arvo Pärt: sin tocarse, pero produciendo siempre sonidos de paraíso. Los versos de Van Morrison en The Prophet speaks hablan de eso, del saber escuchar, de no perder el rumbo, de hacer crecer la música en la línea del tiempo de manera natural. Entrenar el oído, dice Morrison, para tener oído, olfato, buen gusto, sabor. Tocar, palpar, vivir la música.
En su tetralogía, Van Morrison nos recuerda que nacimos todos del blues (materia del disco Roll with the punches), crecimos con Cole Porter y GeorgeGershwin (de quienes rescata joyas en su disco Versatile), amamos el jazz (esencia, estructura axial de Yo’re driving me crazy) y sabemos oír (la moraleja del disco The Prophet speaks).
‘‘Pertenezco a una era que parece ya no existir para muchos”: Van Morrison.
‘‘Mis canciones están en el centro vital de todo lo que hago”: Bob Dylan.
En la línea mágica que une a Bob Dylan con Van Morrison, en paralelo, sin tocarse: ambos camaleónicos, hacen lo que quieren, jóvenes septuagenarios, tienen en la poesía su pasaporte, el blues es la savia que corre por sus venas, ambos poseen rango sonoro imprevisible: pueden desafinar, caer en notas falsas, y siempre lucirán fragantes.
El crítico de música Brad Nelson da en el blanco: es tan camaleónico Van Morrison que espejea a Bob Dylan así: ‘‘una canción donde parece suspendido en la cámara lenta del rizo de un copo de nieve, y enseguida una canción donde su voz gutura en el arrastre y el estremecimiento del blues eléctrico”.
De todos los versos de Bob Dylan, me quedo con los siguientes:
The future for me is already a thing of the past
you were my first love
and you will be my last
De todos los versos de Van Morrison, me quedo con el siguiente:
When you smile, I’m in heaven
Así hablaban los profetas.