Opinión
Ver día anteriorDomingo 10 de febrero de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Puerta del cielo
D

e acuerdo con la Relación de Michoacán se estima que la fundación de Pátzcuaro fue en 1324 por caciques chichimecas. En lengua purépecha significa puerta del cielo, ya que se creía que era la entrada al paraíso por donde ascendían y bajaban sus dioses.

Esa interpretación todavía se puede aplicar a la hermosa ciudad poseedora de una de las plazas más bellas y de mayores dimensiones del país. Con una fuente central rodeada de jardines, la enmarcan frondosos arboles centenarios.

Está rodeada de construcciones señoriales barrocas y neoclásicas y lleva el nombre del primer obispo, el notable Vasco de Quiroga. Nació en España en 1470 y murió en Uruapan en 1565. Vino a México como oidor de la segunda audiencia y primer obispo de Michoacán. Era conocido entre los indios como Tata Vasco.

Al poco tiempo de su llegada comprobó la situación miserable en que vivían los indígenas por la codicia y explotación de los conquistadores. Esto lo llevó a fundar el primer hospital-pueblo en Santa Fe de los Altos, fuera de la Ciudad de México.

En 1537 dejó su labor como jurista para tomar los votos como fraile franciscano y a la par de ser ordenado como sacerdote fue consagrado como obispo de Michoacán. Aquí fundó el segundo hospital-pueblo a orillas del lago de Pátzcuaro.

Organizó a las comunidades de la región y les enseñó oficios que hasta la fecha son fuente de trabajo en muchos pueblos: lacas, cueros, cobre, herrería, alfarería, tejidos, bateas. Impulsó la creación de la actividad ganadera de tipo equino, porcino y lanar. La prosperidad que logró todavía se advierte al visitar la bella ciudad y sus alrededores.

A unos pasos de la plaza mayor se encuentra otra: la antigua de San Agustín, la segunda en importancia, que se conoce como plaza chica. En su centro se yergue una escultura de Gertrudis Bocanegra, la valerosa heroína independentista.

En los alrededores, don Vasco levantó el Colegio de San Nicolás para preparar jóvenes españoles que quisieran ordenarse como sacerdotes; a los indios les enseñaba oficios, a leer y escribir. Ahora es un museo que muestra, entre otras, una colección excepcional de lacas.

Otro sitio para admirar es la biblioteca pública, que alberga un enorme mural de Juan O’Gorman, el cual plasma la historia de Michoacán.

En la plaza de San Francisco, los viernes se realiza un tianguis de alfarería al que acuden integrantes de la comunidad purépecha; es un agasajo conocer las bellezas que elaboran, de las que es imposible no adquirir algunas piezas.

Otro de los placeres de Pátzcuaro es degustar su gastronomía. La cocina tradicional michoacana se utilizó como base del expediente que se presentó a la Unesco para declarar a la cocina mexicana patrimonio de la humanidad.

Les menciono algunos platillos: la sopa tarasca, elaborada a base de frijol bayo, caldo de pollo, jitomate, tortillas fritas y chile ancho; las corundas y los uchepos son tamales para chuparse los dedos, al igual que los de ceniza y los tarascos confeccionados con acúmara, el famoso pescado blanco de la región, la olla podrida y las enchiladas placeras.

Estas sabrosuras las puede degustar entre otros lugares en el restaurante del hotel Mansión Iturbide, que se encuentra en la plaza Vasco de Quiroga y ocupa una residencia soberbia.

Este delicioso paseo patzcuarense lo hicimos en compañía de Gloria Murga, presidenta de la Corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana, y Ariel, su compañero de vida, quienes organizaron la conferencia que impartí en la Escuela de Gastronomía.

Aún me esperaban dos gratas sorpresas: un tequilita en la bella casona de Jaime y Patricia Riestra, decorada con extraordinarias colecciones de artesanías. El broche de oro fue una cena exquisita en el hotel boutique La Siranda. Los dueños son el embajador Manuel Rodríguez y su encantadora esposa, Chala. Ocupa una antigua mansión con patio y un precioso jardín. Las cinco habitaciones tienen diferente decoración de gusto magnífico que hacen sentir a uno en casa.