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Crisis económica y crisis política
C

on una frecuencia cada vez mayor, analistas económicos importantes han advertido que una crisis económica como la que estalló en agosto de 2007 es altamente posible. Los responsables políticos en los gobiernos, en los bancos centrales y en los organismos financieros internacionales, contrariamente, señalan que el sistema financiero global es más seguro, más sencillo e incluso más justo. Es necesario recordar que la burbuja inmobiliaria estalló porque se habían producido innovaciones financieras crecientemente opacas que, dados los desarrollos en tecnologías informáticas, permitieron expandir colosalmente el volumen de crédito. El sistema financiero se volvió extremadamente vulnerable y estalló.

Se hicieron reformas en mercados financieros relevantes, por lo que las autoridades financieras tienen razón cuando afirman que ese tipo de crisis es difícil que se presente nuevamente. Sin embargo, la información disponible da cuenta de la situación que vivimos es, como lo describe Rogoff, anormal. Esta anormalidad está fundamentada en que los gobiernos que tendrían que combatir una crisis posiblemente resulten ser los que la generaron. De modo que podría haber una crisis de intensidad semejante a la de hace diez años, pero con características diferentes.

Se vive una situación paradójica en la que los banqueros centrales piensan que están preparados y con capacidad para enfrentar situaciones complejas en el sistema financiero. Sin embargo, los dirigentes políticos están muy mal preparados para enfrentar crisis económicas y financieras como la que vivimos hace poco más de 10 años. Lo que puede complicarse en el sector financiero debido a su desmesurado crecimiento, parece que se complicará fuera del sistema, en los terrenos políticos. Consecuentemente, aunque se sientan preparados, poco podrán hacer los banqueros centrales ya que el centro explosivo se localizará fuera de su ámbito de intervención.

Uno de los resultados de la crisis de 2008 fue que se exacerbaron las tendencias inequitativas debido a que las consecuencias se pagaron muy desigualmente. Por ello, políticamente se generaron espacios para que nuevas fuerzas políticas o dirigentes con discursos incendiarios, plantearan salidas que cuestionaban los fundamentos del proyecto económico dominante. Surgieron gobiernos fundamentados en propuestas aprobadas por los electores que replanteaban el funcionamiento del modelo neoliberal sostenido durante largo tiempo.

Derivado de estas decisiones de los electores, surgieron gobiernos como el de Estados Unidos, así como los de algunos países europeos, particularmente el del Reino Unido, que parecen empeñados en provocar una crisis, más que en tratar de evitarla. La implementación del Brexit, por ejemplo, demuestra que los dirigentes de las distintas fuerzas políticas británicas han logrado generar un rompecabezas que claramente no tiene las piezas necesarias para ser armado. El gobierno francés, por su parte, enfrenta el desafío de los chalecos amarillos que no esperaba y cuya solución parece estar verdaderamente fuera de su alcance político.

Así las cosas, el mayor riesgo se localiza en que las dificultades políticas provocadas por la propia acción gubernamental están generando un ambiente tóxico. Los activos financieros tóxicos, que caracterizaron la crisis de 2008, hoy están relativamente controlados, Pero el funcionamiento político produce situaciones tóxicas que no podrán resolver los banqueros centrales, ni las autoridades hacendarias y financieras. La crisis provendrá del espacio político, lo que la hará mucho más dañina, y lo peor, las soluciones no parecen estar en el abanico de posibilidades de los gobiernos actuales.

Después de la crisis de 2008 mejoramos la regulación financiera. Controlamos el riesgo sistémico. Entendimos que el mercado no resuelve por sí mismo los problemas que genera. Avanzamos significativamente en la disminución de los riesgos mayores. Sin embargo, el sistema financiero se ha expandido nuevamente generando riesgos importantes. Planteamos que era necesario global y localmente para reducir la desigualdad. Pero surgieron problemas inesperados que las democracias contemporáneas no parecen capaces de resolver. La desigualdad provocó mutaciones políticas de gran envergadura que no estaban contempladas en el recuento de los riesgos.

La crisis que se avecina tendrá un contenido financiero, pero su centralidad pudiera estar en el ámbito político. Resolverla demandará pericia. La incertidumbre mayor se genera por la certidumbre de que muchos gobiernos carecen de ella.