uena parte de la opinocracia, la de penetrante mirada, entró de lleno a su nueva veta descubierta: Andrés Manuel López Obrador (AMLO) abandona la ley, la norma, para treparse y regodearse en el púlpito. Poco parecen importarle las cifras, los datos duros, las mismas costumbres burocráticas y, menos aún, las instituciones. De aquí en adelante sólo la voluntad del guía contará, sentencian inapelables. Se eligió a un personaje que solicita creyentes, no ciudadanos, es la santa conclusión. Ahora no se tiene un líder político mesurado, sino un pope que tira homilías mañaneras. Desgrana, sin restricción alguna y, una tras otra, sus moralinas consejas hasta marear a cualquiera que ose oírlo en su solitario proscenio de Palacio Nacional. Esa es la nueva tesitura en que lo han colocado, sin mayor recato, los agudos observadores de la vida nacional. Con su escrutadora, penetrante ojeada de enterados, de equilibrados críticos del poder y dictadores de la mera neta. No como cualquiera crítica, sino la que descubre arcanos, motivaciones íntimas, deformaciones estructurales del poderoso. Características básicas de ese ánimo que aspira a ser totalitario, caprichoso, axiomático, trascendente.
Para estos personajes mediáticos, AMLO ha sido tocado en su fuero interno. Escasos meses de gobierno transcurridos son suficientes para situarlo en la picota que él mismo ha levantado y merece. Se lo ha buscado con ahínco, día tras día, sin descanso obligatorio que valga. Será, de aquí en adelante y según tal narrativa, un presidente incontrovertible en sus aficiones y ocurrencias. De nada le servirá pedir perdón por equivocaciones, tampoco al reconocer errores, aunque ya lo haya hecho. Sus pasiones van, simplemente van porque van. No por eso repite que primero se cansa el ganso.
Tal parece que hay dos formas posibles de atisbar el presente nacional. Por un lado el que dice cimentar el voluntarioso titular del Ejecutivo y, por el otro, los críticos de elevada tesitura intelectual, de elevadas visiones, irresistibles ideas probadas y feroces alegatos en pro del orden establecido y que lo han visto y oído todo. Al parecer, al menos por ahora, críticos y opositores se han alejado de la furibunda numerología que tanto usaron en las dos o tres primeras semanas de la presente administración. Atrás quedaron los macroerrores cometidos que, según alocados cálculos bien podrían costarle al país varios billones de pesos de hoy y del futuro. Por arte de la esterilizada estupidez se le acusa a López Obrador del desperdicio de 150 mil millones de pesos por la cancelación del aeropuerto, en lugar de apreciar que le evitó, a la hacienda de todos, sepultar, muchos cientos de miles más de persistir en una obra faraónica sobre un movedizo mar de lodo. Pero esa acusación continúa como cantaleta para hacerla verdad. Tal vez, cuando sea terminada la opción de Santa Lucía, puedan matizarse las terribles cifras y se aprecie, para bien de la República, la valentía de contrariar a un entorno corrupto, de real mafia que todavía sigue ahí, valentona y enquistada en los negocios.
La pretensión de hacer una Cuarta Transformación caló hondo en el aprecio, trastocado, de inmediato, en menosprecio hacia su declarado y ambicioso aspirante. La academia, la opinocracia, los conductores de programas y diarios, el aparato completo de convencimiento en manos empresariales, trasmina desconfianza, pero la proyecta hacia otro lado. Intentan controlar el temor a ser desplazados del oído público. No porque tenga menos peso su arsenal argumental, sino porque el foco de sus análisis traspapeló la actual perspectiva, extraviaron el horizonte. Arrastran la natural deformación, estampada durante las últimas décadas, de una manera restringida, elitista del quehacer público. Interiorizado el modelo –en vías de cambio– lo estudiaron a fondo, lo han usado y, ciertamente, aprovechado.
Se alarmó súbitamente el gallinero por un ganso dicharachero, escandaloso y trotacaminos polvorosos. ¡Hay demasiados fierros en la lumbre! ¡Cuidado, todo se desboca! La veloz acción tomó por sorpresa y desprevenidos a ciertos grupos y personas que, supusieron lo acostumbrado: al llegar al gobierno todo se suavizará. Siguen rehusándose a ver lo que sucede: un serio intento de cambio radical. Poco quedará igual que antes. Los tiempos perentorios son signo de esta, por ahora, desmembrada actualidad. Sobre una marcha, en apariencia desatada, incoherente e irrespetuosa se irán encontrando, tejiendo, con hilo conductor y propósito integrador, los sentidos y concepción final. Un hilo ciertamente mezclado con valores, posturas éticas y arraigadas creencias personales, pero no sustitutos de los datos, las normas, procesos basados en la ley para una ejecución dentro de renovadas instituciones. Se trata, también, de hacer una administración eficaz que procure y garantice bienestar para todos.