l título de libertador y padre de la patria
le fue ungido a Simón Bolívar por los próceres independentistas, reunidos el 15 de febrero de 1819 en el Congreso de Angostura (actual Ciudad Bolívar, Venezuela). Siete meses después, sus tropas derrotaron a España en Boyacá (Colombia), y en junio de 1821, tras la batalla de Carabobo (Venezuela), todos convinieron en llamarse colombianos
(Congreso de Cúcuta, agosto/octubre de 1821).
¿Historia pasada? Puede ser. Sin embargo, en la semana entrante, colombianos y venezolanos celebrarán (es un decir) el bicentenario de aquel Congreso de unidad
y fraternidad
, mientras Washington y Tel Aviv, se coordinan para acabar, desde Colombia, Brasil, Panamá y Guyana, con la Venezuela bolivariana. ¿Qué es esto? ¿Una puesta al día de la Santa Alianza
europea (1815) y la Doctrina Monroe (1823)?
Una lectura sólidamente argumentada del drama venezolano gira en torno a las urgencias de Washington para impedir que otras potencias avancen sobre los recursos naturales de su patio trasero
. Tal fue el propósito de la Doctrina Monroe, cuando la Gran Colombia
se partió en republiquetas sin destino (1830). Y tal es el propósito hoy, cuando lo único que puede ofrecer el país que los próceres de Angostura admiraban (al tiempo que temían) es el business de la guerra. ¿O alguien cree que sólo Venezuela saldrá dañada?
Simultáneamente, hay otra lectura más interesante que la anterior. V. gr., el peligroso ejemplo de un proceso revolucionario que durante 20 años probó que los cambios sociales se pueden lograr democráticamente, sin sangre y enfrentamientos fratricidas. Un proceso como el de la revolución bolivariana, cuyas premisas no estaban pautadas en manual alguno.
Releamos, por ejemplo, el editorial del diario El Nacional de Caracas, un día antes del efímero golpe de Estado del 11 de abril de 2002: “Hoy tenemos que salir a la calle para demostrarle a ese truhán que está en el poder que los venezolanos somos gente decente y digna […] El presidente se ha rodeado de matones […] en comandita con los agentes cubanos y los grupos guerrilleros colombianos… Ojalá las fuerzas armadas entiendan este mensaje porque ellas van a ser las primeras víctimas de esta tutela extranjera”.
Ni una coma que cambiar, 17 años después. Claro, alguien dirá que el truhán en el poder
no es el mismo de aquella época, cuando W. Bush andaba distraído en Medio Oriente, y los altos petroprecios daban a Hugo Chávez un margen de maniobra mayor al que hoy dispone Nicolás Maduro.
La castración mediático-mental en curso pegó un salto al abismo con la declaración de la ex presidenta de Chile Michelle Bachelet (alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos… ¡ejem!): Esperemos que haya una solución política pacífica, en que haya un diálogo político que nos permita llegar a una respuesta que tenga que ser pacífica
(sic, sic, sic). ¿Quieres creer?
En días pasados, el caricaturesco John Bolton (gloria de los moneros) apareció en una conferencia de prensa dejando ver un bloc de notas con el apunte 5 mil tropas a Colombia
. ¿Casual lapsus manuscrito en el día que el Pentágono confirmaba el envío de 4 mil 350 soldados a la frontera suroeste con México?
Olvidémonos de cualquier atisbo de lógica política
en relación con Venezuela. Cualquier diccionario define la lógica
como ciencia
que expone las leyes, modos y formas del conocimiento científico
. A más “…de lo que se dice de toda consecuencia natural y legítima del suceso cuyos antecedentes justifican lo sucedido”. En tanto la política
, se define como arte
, doctrina
, opinión
.
Así pues, en el caso de marras la lógica política
sería un contrasentido. Prueba de ello es que Estados Unidos continúa exportando su democracia
al mundo desde hace 200 años, sin conseguir imponer sus ideales (Afganistán, Irak, Libia, Siria… ¡Colombia!). Frustración que surge del desprecio y subestimación de la propia lógica política
de los pueblos, que piensan su democracia en función de su realidad, necesidad y particularidades nacionales.
En efecto, Maduro no es Chávez. Pero siendo consecuentes con el razonamiento, Donald Trump tampoco parece tan guerrerista como Bush, ni tan pacifista
como el belicoso Nobel de la Paz Barack Obama. Y en esto, conviene no equivocarse, Maduro y Trump se parecen: “Venezuela first”; “ America first”.
Hay que agradecer a Trump habernos liberado de la hipócrita retórica imperial en la que el Departamento de Estado aseguraba no estar, ni por asomo, detrás de las intervenciones y golpes de Estado que propiciaba y financiaba. Y a Maduro, por haber confirmado que Chávez no se equivocó, cuando subrayó su lealtad a la causa bolivariana.