ntre las 35 ‘medidas prioritarias’ anunciadas la semana pasada por el ministro-jefe de la Casa Civil, Onyx Lorenzoni, para ser implantadas en los próximos 100 días, algunas llamaron la atención.
A partir de marzo, por ejemplo, los pasaportes brasileños dejarán de ostentar en el frente el símbolo del Mercosur, el bloque que reúne a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, y mostrarán la bandera nacional. Acorde al insigne señor ministro, se fortalecerá el sentimiento patriótico de los viajeros.
En el tema de los derechos humanos se lanzará una campaña de prevención al suicidio y a la auto-mutilación de jóvenes.
De las reformas anunciadas con tanto estruendo durante la campaña electoral, como la del sistema de pensiones, y que provocó euforia en aquella entidad intangible conocida como mercado financiero
, ni una palabra, sobre la reforma tributaria, tampoco.
Privatizaciones, sí, pero las medidas ya venían de antes, del gobierno ilegítimo y golpista de Michel Temer: puertos, aeropuertos y, claro, petróleo. Sobre qué más será privatizado, y cuándo y cómo, nada.
El anuncio de las prioridades del nuevo gobierno coincidió con la divulgación de otro video de la ministra de la mujer, familia y derechos humanos, Damares Alves –aquella que vio a Jesucristo trepando en un pie de guayaba–, relatando que en Holanda hay especialistas dedicados preparar a los padres para enseñar a los bebecitos a masturbarse a partir de los siete meses y las nenitas, a partir de los nueve.
Ocurre que mientras tantas idioteces surgían y tanto silencio encubría temas importantes, también se registraron novedades en otras áreas, poniendo al gobierno del capitán retirado en una especie de laberinto, sin que nadie se atreva a indicarle la salida.
El estreno de Bolsonaro en el escenario internacional, por ejemplo, causó preocupación no sólo en el empresariado y la banca, sino también entre los militares que ocupan amplio espacio en su gobierno: ha sido un fiasco de dimensiones olímpicas, y dejó evidente su absoluta falta de capacidad para ocupar el puesto en el que resultó electo.
Nada de eso, en todo caso, supera la gravedad de los escándalos que involucran directamente al primogénito del capitán presidente, senador electo, Flavio Bolsonaro. Cuanto más se tira del hilo inicial –depósitos sospechosos en sus cuentas e injustificado crecimiento de su patrimonio–, más evidencias contundentes aparecen de graves irregularidades. A propósito, el océano de dinero inexplicable también alcanzó a la primera dama, Michelle Bolsonaro, que tendrá sus cuentas examinadas.
Pero Flavio está en situación mucho más grave, pues quedaron claros sus vínculos con las ‘milicias’, grupos paramilitares integrados por policías retirados o en activo y hasta bomberos que controlan con violencia extrema favelas en Río de Janeiro, e involucrados en un sin número de asesinatos.
El silencio del hijo del presidente y del mismo Bolsonaro sobre el caso que no hace más que crecer, produce profundo malestar en un grupo de importancia vital para su mandato: los militares que integran el ‘núcleo duro’ del gobierno.
Son al menos 45, ocupando desde ministerios (siete) a cargos máximos de estatales como Correos o la Funai (Fundación Nacional del Indio), además de los que fueron nombrados directores y asesores especiales en 21 reparticiones gubernamentales. Hasta el vocero de la presidencia es un general. Eso, para no mencionar al vicepresidente, también general.
Es palpable, en ese grupo, el malestar –cuando no irritación – provocado por las torpezas y abusos del beligerante trío de hijos presidenciales. Pero el caso de Flavio parece haber extrapolado límites.
Ya era harto conocida la admiración del capitán y sus tres hijos por las ‘milicias’. Cuando era diputado nacional, Bolsonaro no se cansó de elogiarlas desde la tribuna. Y su hijo Flavio, entonces diputado estatal, llegó a condecorar, en 2005, a un capitán de la Policía Militar de Río que ahora está prófugo, sospechoso de haber participado directamente en el asesinato de la concejal Marielle Franco y su chofer, en marzo del año pasado.
Jair Bolsonaro sigue negándose a sacrificar al primogénito, reaccionando duro a las sugerencias de que renuncie al escaño obtenido y desista de ser senador.
Lo que las investigaciones apuraron hasta ahora fue suficiente para que la imagen del hijo esté definitivamente quemada. Falta ver hasta qué punto la del padre pasará de chamuscada a incendiada.
Asimismo, falta ver hasta cuándo la paciencia de los militares permitirá que Jair Bolsonaro – pese a su carencia de preparación y equilibrio– siga como presidente brasileño.
Cuando apenas completó su primer mes en el sillón presidencial – el más turbulento y escandaloso estreno de la historia –, no son pocos los que apuestan en que al regreso de la cirugía a que someterá este lunes su rol pase a ser meramente decorativo.
O quizá ni siquiera a eso. El vicepresidente, general Hamilton Mourão, lo sabe.