Sábado 29 de septiembre de 2018, p. a16
La excelente puesta en vida que realizó la Compañía Nacional de Ópera en el Teatro de Bellas Artes habilita revisión a una obra maestra: Macbeth.
Tres funciones (13, 18 y 23 de septiembre) en ese recinto dejaron impronta: contamos en México con montajes operísticos de primer nivel mundial. Este Macbeth se distingue por su calidad en las voces, el despliegue en el foso de la orquesta, escenografía magistral y por lo menos hábiles maneras de resolver el eterno trauma de la ópera en México: las masas corales, antiteatrales por excelencia y aquí bienvenidas sus intervenciones allende el proscenio.
El Disquero se congratula por tan excelentes resultados y propone la escucha y/o vista de las versiones asequibles de esa intensa ópera de Giuseppe Verdi (1813-1901), quien a pesar de que no conoció la obra original de William Shakespeare (1564-1616) y escribió la música para Macbeth a partir de una versión en prosa y traducción de Carlos Rusconi, publicada en Italia en 1838, captó, asimiló y reprodujo la incandescencia de esa obra de sonido y de furia con tal potencia que estremece; eso sucedió en Bellas Artes. Quede constancia.
Vimos, en el transcurso de la tercera de esas tres funciones, cámaras en número y calidad suficientes como para garantizar la documentación fílmica de ese hecho escénico/musical; mientras se decide si se transmite por Canal 22 o en la fabulosa pantalla gigante asentada a un costado del Palacio de Bellas Artes, recomendamos algunas opciones grabadas para el disfrute de esta obra.
En Spotify, por ejemplo, está disponible la grabación Deutsche Grammophon en el Teatro Alla Scala, Milano, con la batuta de Claudio Abbado, con los protagónicos de Piero Cappuccilli y Shirley Verrett.
En las tiendas de discos se consiguen ejemplares de dos grabaciones esclarecedoras: una reciente en la Metropolitan Opera House de Nueva York, con la voz espectacular de Anna Netrebko, y una puesta en escena cuyo contraste refleja los muchos aciertos de la puesta en escena mexicana que da pie a este texto.
Esa megaproducción de la Met, a todo lujo, reúne a cantantes de renombre pero poco brillo en escena, en especial el barítono serbio Zeljko Lucic, cuyo Macbeth acusa demérito, en semejanza a lo que hace sobre el escenario el bajo alemán René Pape, ambos devorados, literalmente, por el poder de la soprano rusa Anna Netrebko.
El manejo de las masas corales en esa producción del Met es lastimera, de pena ajena, contaminada por humor involuntario y situaciones francamente ridículas, en contraste con el montaje mexicano que vimos hace unos días.
La puesta en escena mexicana estuvo encabezada por Alfredo Daza en el papel de Macbeth, superado en la primera escena por un desplante epifánico de la soprano húngara Csilla Boross. El español Rubén Amoretti hizo un Banquo fenomenal.
La escenografía de Alejandro Luna, en su ya clásico estilo, nos llevó al bosque y nos habilitó la butaca como parte de la misma acción dramática, pues reprodujo una de las puertas laterales del proscenio de Bellas Artes en escena, además de dotar de atmósfera fértil a todas las acciones.
Otra propuesta del Disquero: veamos de nueva cuenta el Macbeth de Roman Polanski, ese filme magistral donde los actores recitan los versos de Shakespeare y nos hacen trepidar.
También, en las tiendas de discos se consigue otra versión en dvd que aquí recomendamos con placer y holgura: la versión fílmica de Justin Durzel con Michael Fassbender como Macbeth y Marion Cotillard como Lady Macbeth.
La rotunda verosimilitud de esta versión nos ubica en terrenos yermos, infierno, pesadillas, ensoñaciones, los estados mentales que puso en palabras William Shakespeare.
Así como un logro escénico del montaje mexicano fue la aparición de Banquo como un fantasma en escena, en la película de Justin Durzel los personajes son apariciones, figuraciones, maquinaciones de la mente. Todo sucede en la mente. Ese es el hallazgo de este filme en su manera de deletrear a Shakespeare.
Tenemos ya aquí un mapa general de la tragedia Macbeth: una puesta en escena mexicana de excelencia, una versión lujosa, la del Met, y dos filmes magistrales, el de Roman Polanski y el de Justin Durzel.
Frente a frente, entonces, la versión en música, la de Verdi, y la versión en carne y sangre, la del arte cinematográfico, y en medio la gran balanza del arte del teatro.
Resulta claro que los manierismos de Verdi, sus regodeos entre el bel canto y el verismo, la gran aplanadora de peluche de las convenciones operísticas, se doblan frente al poder de la palabra de William Shakespeare, cuyo texto obligó a Verdi a revolucionar el lenguaje operístico para lograr hacer crujir sus estructuras, mientras en el par de filmes que aquí recomendamos tenemos dos maneras de verosimilitud a partir de esa labor ardua, valiente, enardecedora de poner en carne y sangre la palabra:
Life’s but a walking shadow; a poor player
that struts and frets his hour upong the stage
and then is heard no more: it is a tale
told by an idiot, full of sound and fury,
signifying nothing
La vida no es más que una sombra; un actor miserable / que se contonea, se estremece sobre el escenario / hasta que ya no se oye nada: es un cuento / contado por un idiota, lleno de sonido y de furia / y significa nada.