La muestra Oculto y a la vista de todos, de Hernández Dávila, se aloja en el Museo de Culturas Populares
Sábado 29 de septiembre de 2018, p. 2
Los trabajadores del tiempo (m’befis, en lengua otomí) son eligidos para comunicarse con los dioses, hacer rituales de petición de lluvia, fertilidad de la tierra y buenas cosechas, así como actos de sanación en la Sierra de las Cruces y Monte Alto, estado de México.
La exposición fotográfica Oculto y a la vista de todos: el sistema ceremonial otomí, del antropólogo Carlos Arturo Hernández Dávila, reúne los rostros de esos m’befis y sus rituales que perduran.
Alojada en la sala María Sabina del Museo Nacional de Culturas Populares, incluye 40 imágenes que retratan la ceremonia ‘‘El cumplimiento’’, en la cual los otomíes se entregan al servicio de su patrón dual: el Divino Rostro y la Virgen de Guadalupe.
‘‘Ellos son electos por el rayo, señal inequívoca de que el Divino Rostro los eligió para ser sus trabajadores y entran en un proceso terapéutico que puede durar de dos a cuatro años para procurar la lluvia, alejar el granizo, hacer limpias; su labor tiene dos vertientes: una nutricia, consistente en asegurar el maíz, y otra sanadora, curar a las personas”, explica Hernández Dávila en entrevista con La Jornada.
Se conocen como sociedades del Divino Rostro y están vinculadas al calendario de celebraciones parroquiales de los municipios de Monte Alto, Jiquipilco, Otzolotepec, Lerma, Ocoyoacac, Temoaya, Nicolás Romero y Chapa de Mota, que exhiben el sincretismo religioso y conjuntan la devoción católica con la religión del monte.
‘‘La zona de La Marquesa Parque Nacional está llena de santuarios, que para los otomíes el mismo cerro es un microcosmos generador de vida y protector de la tierra”, sostiene Arturo Hernández.
Iniciación de un niño m’befi, trabajador del tiempo
La exhibición incluye imágenes de la ceremonia de iniciación de un niño elegido para ser un m’befi; su cuerpo es cubierto con copal, que lo vincula al fuego; luego recibe sangre de paloma que simboliza la de Cristo. ‘‘Desde ese momento el niño es un trabajador del tiempo del Divino Rostro”, añade Hernández Dávila.
También destaca la fotografía de don Pedro, m’befi vinculado al violín, quien al recibir el llamado para ser un trabajador del tiempo pidió al Divino Rostro que le enseñara a tocar ese instrumento; en sueños recibió los conocimientos. Los saberes chamánicos no se aprenden en libros, sino en sueños.
La imagen del toro simboliza la relación compleja entre hombres y animales y se explica con el mito otomí que relata el momento en que muere un integrante de esa cultura: debe ser enterrado con nopales cimarrones, cuando pasen por el camino del inframundo y aparezcan los animales (toros y vacas, entre otros) que esa persona comió en vida, les aviente esos nopales para distraerlos y llegar al otro mundo.
‘‘Los m’befis, al terminar sus rituales, regresan a la ciudad a vender escaleras de aluminio y en estas fechas venden banderas de México; ellos no piden privilegios por sanar, puedes estar sentado junto a uno en el transporte público sin saber que es un elegido, por eso el título Oculto y a la vista de todos”, aclara Hernández Dávila.
Con entrada gratuita, la exposición Oculto y a la vista de todos: el sistema ceremonial otomí, del antropólogo Carlos Arturo Hernández Dávila, se puede visitar en el Museo Nacional de Culturas Populares, ubicado en avenida Hidalgo 289, colonia Del Carmen, Coyoacán. Concluye este domingo.