arias de las aristas que definirán la sustancia de la transformación prometida empiezan a delinearse con nitidez. Otras más, quizá las decisivas, quedan pendientes de ser, siquiera, alumbradas como venideras. Es posible que esperen su turno emparejadas con los avances que mostrarán las primeras concreciones del cambio. Mientras tal proceso se encarrila, la crítica, en especial la proveniente del poder establecido y aliados académicos y mediáticos, arrecian sus cuestionamientos tras cada uno de los pasos dados por el gobierno en ciernes. La gran preocupación que se va dibujando en el panorama de la actualidad apunta hacia el talante con que se usará la abrumadora masa de poder conseguida en la pasada elección. De esa cuestión, por demás trascendente, se derivan otras menores pero que, en conjunto, someterán a sendas pruebas de viabilidad a la susodicha transformación. Por mientras, la consciente algarabía desatada en el ámbito colectivo no tiene parangón con el pasado. La discusión apunta hacia una apertura y participación informada, clave de la vida democrática.
Al tomar el control del Congreso la dominancia lograda por los legisladores de Morena se hizo, aunque a traspiés, presente. No tardaron, sin embargo, en dar los golpes legislativos pertinentes. Abordaron, con más pasión que racionalidad, la reforma de los ingresos personales de todo el aparato de administración. Se incluye aquí, aunque sea de manera indirecta, al Poder Judicial y, por extensión, también los niveles estatal y municipal. Será un gobierno ineficiente, precario, incapaz de responder a las necesidades exigidas, en especial a todo aquello que requiere especialidad, se arguyó de inmediato y machaconamente. De nueva cuenta, como durante toda la campaña, se ponen en duda los factibles ahorros derivados y previstos por los morenos. Se hacen, para sostener este alegato de insuficiencia, una variada cantidad de señalamientos que arrojan cifras menores. En lo central se evita poner el acento en lo importante: el aspecto simbólico de la medida y la pretensión de entrar, de lleno e inmediato, en los trabajos de sobria equidad y justicia distributiva. Los medios de comunicación se tapizan con alarmas de fuga de talento burocrático. Se publica y afirma que cientos, sino es que miles de funcionarios, abandonarán sus puestos ante el temor de los bajos salarios y se pasarán a la iniciativa privada o irán al extranjero. La coordinación difusiva del presidente electo todavía no atina a contrarrestar la avalancha en este aspecto.
Lo central, que se nota en esta actualidad un tanto nebulosa, pone el acento en la tentativa del poder establecido por nulificar avances en la ruta de la transformación iniciada. Se solicitan pausas, cuidados, racionalidad y preparación antes de dar pasos acelerados. Se trata de atemperar lo que ya se apunta como modificaciones de hondo calado. El foco de la resistencia se encalla en suposiciones y cuentas alegres y tramposas pero mostradas con aparente solidez de expertos. Este aspecto de la austeridad es, muy a pesar de la crítica desatada, una de las líneas que definirán los nuevos rumbos de la República futura.
La otra vertiente ya en claro avance, también de fondo y sustantiva, tiene su concreción en los planes para auxiliar a los más vulnerables: jóvenes y viejos. No se piensa en lanzarles salvavidas ocasionales y poquiteros, sino en reales programas que los incluya al resto social. Serán costosos, sin duda, pero son vitales para sustentar la transformación prometida. El contraataque en este renglón ha sido, todavía, escaso por parte del sistema de poder. La razón quizá se encuentre en el ofrecimiento de colaboración en el programa de becas de trabajo para jóvenes que se hará, en buena parte, con la organización empresarial. Quedan, como postes ineludibles del debate, los dos planes constructivos, el nuevo aeropuerto y el tren peninsular. Lateral al primero de ellos el tiroteo de medios ha sido intenso. La consulta ha sido, en este polémico caso, la piedra de toque. Tal parece que es anatema consultar a la ciudadanía y recabar su opinión. Se puede distinguir, con suficiente claridad, el motivo de esta disputa: la apuesta de Morena por avanzar en la democracia participativa. Complemento necesario en la pretensión de ir hacia una vida democrática compleja y moderna. Es en este ángulo donde se radicará el sustrato que podrá sostener el edificio de la ya famosa cuarta transformación. Ese aliento democratizador que tanto se requiere y tanto se ha escamoteado por el sistema imperante y su elitista modelo neoliberal.
Hay, sin embargo, gran parte de la ruta hacia el cambio todavía por iniciar, en especial lo respectivo al indispensable aumento de los ingresos de la hacienda pública. No con más impuestos, sino con tapar fugas y obligar a que todos colaboren con lo correspondiente. El uso fiscal de la justicia.