l 19 de septiembre de 1984, en un entorno nacional e internacional radicalmente distinto al actual, vio la luz el primer ejemplar de La Jornada, expresión de un proyecto informativo que se proponía impulsar la democratización del país, la preservación de la soberanía nacional, la pluralidad y la inclusión en el panorama mediático de sectores sociales que eran sistemáticamente invisibilizados –aunque tal expresión aún no estaba en boga– en publicaciones impresas y medios electrónicos.
El arranque del diario y su circulación en los días, meses y años subsecuentes significó y sigue representando la superación diaria de obstáculos de diversas clases, entre los cuales destacan las dificultades financieras: a diferencia de otros medios en papel, La Jornada no fue el resultado de una decisión empresarial y comercial, sino el empeño de un grupo de periodistas, académicos, artistas, políticos, líderes y activistas sociales, que se proponían incidir en la realidad del país mediante la construcción y el sostenimiento de un espacio independiente que permitiera retratar con profesionalismo el acontecer del país y del mundo, ofrecer análisis y contextos, dar curso al debate de ideas, dar voz a quienes no la tenían y constituir una fuente de trabajo estable y digna. El surgimiento mismo de este periódico y su persistencia a lo largo de 34 años han sido calificados por propios y extraños como una suerte de milagro social, habida cuenta de que La Jornada no dispuso nunca del respaldo de un consorcio empresarial, de acceso a capital fresco ni de medios y recursos tecnológicos comparables a los de otros diarios.
En el inicio se contó únicamente con pequeñas aportaciones ciudadanas en forma de acciones preferentes, la generosa solidaridad de artistas que donaron obra para financiar el inicio del proyecto –sus nombres son muchos, pero quedan bien representados por Rufino Tamayo y Francisco Toledo–, la voluntad de los trabajadores y la fidelidad participativa y crítica de los lectores, quienes han correspondido así a la lealtad de este diario a su línea editorial y a sus principios fundacionales. En estas más de tres décadas las tendencias económicas y tecnológicas han ido configurando un panorama crítico para las publicaciones impresas.
El auge de Internet y de las redes sociales, así como la caída en el mercado de publicidad se han traducido en el cierre de miles de periódicos y revistas en el mundo y ha obligado a los que sobreviven a una reducción sostenida de tirajes y de paginación, además, en casi todos los casos, a despidos masivos de personal.
En esta circunstancia, La Jornada decidió hacer frente a la crisis no por medio de una reducción de la plantilla laboral sino con una disminución general de gastos, incluida la cancelación de prestaciones adicionales a las contempladas en la Ley Federal del Trabajo que se fueron acumulando a lo largo de los años y cuyo mantenimiento haría imposible la supervivencia del periódico. Ello ha llevado a un largo diferendo legal con el Sindicato Independiente de Trabajadores de La Jornada (Sitrajor) y a arduas negociaciones entre la empresa editora y la organización laboral.
En suma, nuestro diario llega a su 34 aniversario en un contexto nacional esperanzador y a la vez incierto y con el telón de fondo de una crisis sectorial generalizada, pero con la determinación de preservar una publicación que sigue siendo punto de referencia insoslayable en México y el extranjero, espacio irrenunciable para la reflexión y sustento para centenares de familias.
La Jornada superará sus actuales dificultades y saldrá adelante como resultado del esfuerzo conjunto de sus trabajadores, directivos y colaboradores, el apego de sus lectores y la fidelidad a una línea editorial que sigue siendo, después de 12 mil 265 jornadas, socialmente necesaria.