na sociedad que no honra a sus muertos se desprecia a sí misma.
El lunes pasado, El Financiero publicó el siguiente encabezado: Autoridades de Jalisco abandonan tráiler cargado con 157 cadáveres
. La noticia no parece haber tenido mayor trascendencia a nivel de la opinión nacional. Finalmente, ¿qué son 157 cadáveres en el México de hoy? La noticia ni siquiera parece haber ameritado una investigación periodística rigurosa, aun cuando el escándalo provocó la renuncia, el día de ayer, del director del Instituto de Ciencias Forenses de Jalisco.
Los detalles ofrecidos en la nota –que tiene el mérito al menos de existir– fueron bastante escasos, pero el hecho central es una indignidad y una inmundicia: Agentes de la Fiscalía General de Jalisco abandonaron en un predio rústico de Tlajomulco de Züñiga, una caja de tráiler en la que se alojan 157 cadáveres de personas no identificadas, quienes fueron víctimas de hechos vinculados a la delincuencia organizada
.
Aparentemente, había un problema de cupo en la morgue metropolitana de Guadalajara, provocado por el elevadísimo número de asesinatos, que este año rebasó incluso a los del año pasado (y que en su momento había marcado un récord histórico). Resultado: no había a dónde enterrarlos. A los encargados (¿cuáles encargados?, ¿quiénes son? ¿Por qué están solos en estas decisiones) no se les ocurrió mejor solución que echar a 157 muertos en un camión refrigerado, que, al no tener un destino claro, empezó a ser estacionado aquí y allá, hasta que alguien optó por apagar el refri, y abandonar el camión en un baldío que está junto al fraccionamiento Paseos del Valle.
Al poco tiempo, los vecinos de esa colonia se empezaron a quejar por el hedor de los cuerpos, y también porque el contenedor derramaba una gran cantidad de sangre
. Su desagrado por tener aquel panteón sobre ruedas
hirviendo frente a sus casas los llevó a amenzar con incendiar el vehículo con toda su carga. Es una imagen de los muertos convertidos en basura podrida; de los muertos sin que los honre, ni se adueñe de ellos. Los muertos como una carga itinerante que no tiene reposo, porque no hay quien los quiera.
Sigue de esta información pecaminosa una historia desordenada, en que se explica que el secretario de Gobierno de Jalisco declaró que los cadáveres se habían almacenado en una caja frigorífica, porque los vecinos de Tonalá se habían organizado en contra de la construcción de un Campo Experimental Forense con crematorio, por los olores que despidirían las quemazones... De nuevo, evidencias de una sociedad que no quiere adueñarse de sus muertos, y de un Estado que no ha sido capaz de vincularlos a sus familias y comunidades. Pero (¡tranquilos!) el secretario aclaró también que el campo forense estará listo en cosa de meses, y que el problema estará resuelto.
Como sea, la falta de cuidado con los restos de víctimas de la violencia es una vergüenza nacional. El mismo lunes, Milenio informó que la Fiscalía de Veracruz localizó restos de 166 cuerpos (hoy van 174) en un lote en el municipio de Alvarado, y agrega que desde 2006 se han encontrado restos de 684 personas enterradas en fosas clandestinas en tan sólo cinco municipios (San Fernando, Acapulco, Iguala, Veracruz y La Barca). En La Jornada de ayer, se detalló la lucha que llevan las madres de los desaparecidos de Veracruz –organizados en el Colectivo Solecito– para acceder al predio del municipio de Alvarado en que se enterraron los 174 muertos investigados por la fiscalía veracruzana.
Hoy los mexicanos hablamos de una transformación, pero no podrá haber ningún cambio serio que no pase primero por valorar la vida de cada uno de los habitantes del país, y ese reconocimiento implica honrar a nuestros muertos. La deshonra de los muertos es en primer lugar la deshonra de los vivos. Este es un hecho que se puede constatar en la literatura histórica, antropológica, y filosófica sobre el tema. Limpiar esa mancha terrible implica hacer lo que se pueda por identificar a cada uno de los muertos cuya identidad ha sido borrada, y trabajar para conectar a cada uno de ellos con los seres queridos que pudieron haber tenido, y procurar que sus pueblos y comunidades, y que el país, los reconozca como propios. De eso se trata.
No se puede pregonar el perdón sin antes reconocer a los muertos. ¿Perdonar a quién? ¿Perdonarlo de qué? Sin reconocimiento, no hay perdón posible. Hoy por hoy, México trae a cuestas un pecado colectivo que es necesario reconocer: el equiparar a la vida humana con la basura. Es un pecado con que la sociedad entera tendrá que lidiar.