on paso en apariencia seguro, Enrique Peña Nieto encamina su salida de la escena pública para, posiblemente, experimentar el exilio. El presente que lo apresa no requiere mayor tratamiento explicativo: simplemente se ha ido esfumando con el paso de estos tiempos de cambio.
Mientras toma sus maletas, ha emprendido una serie de despedidas ante los medios de comunicación. En ellas ha tratado de justificar sus actos y decisiones que complementa con senda campaña propagandista. Se embarcó en proponer una narrativa propia de su sexenio aunque, en efecto, abarcó sólo un corto tramo de su dilatada debacle en la Presidencia de la República. Queda, empero, la historia de un hombre que no tuvo los arrestos ni las calidades para llegar al demandante puesto de jefe del Estado mexicano. Se va y deja tras él una cauda de acompañantes de la llamada clase política mexiquense
de muy bajo nivel y peor desempeño.
No estuvieron solos estos provincianos en la travesía. Junto a ellos actuó toda una troupe de lo que bien puede llamarse, el viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI). Una serie de dos o tres generaciones de priístas que, en sus afanes de prolongación, medraron a costillas de la mayoría de los ciudadanos.
La historia de esta camada de militantes partidistas y de toda una cauda de funcionarios y tecnócratas encaramados con ellos, personifican todo un periodo, por demás decadente, del que costará mucho desprenderse y salir.
No sólo incapacitaron con sus acciones la economía para crecer con la fuerza debida y atropellaron con sus manipuleos la vida democrática. Lo peor de sus intervenciones radica en el feroz incremento de la ya de por sí dramática desigualdad. Bien puede decirse que, en mucho, se beneficiaron, con inmensa irresponsabilidad.
Esa es la herencia envenenada que se tuvo que tolerar, a golpes de fraudes, torcedura de normas y compra de votos, por más de tres décadas. A eso también se debió, al menos en buena parte, el castigo que el electorado les infligió el pasado primero de julio. El panismo no escapa a esos tiempos de cuentas extraviadas. Fueron decididos acompañantes de cuanto apañe y, sobre todo derroche, tuvieron a su desaforado alcance.
Están a la vista de todos los esfuerzos que tanto priístas como panistas hacen por permanecer en el escenario político de la nación. Sus intentonas de recomposición no pasan, sin embargo, de dolorosas muestras de incapacidad para entender la compleja actualidad que los aqueja.
El PRI simula un cambio de guardia en su jerarquía burocrática y únicamente logra resituar a los que, en verdad, generaron y cargan con su merecida derrota a cuestas. Carga y culpa que desean depositar, con cinismo y sin recato alguno, por allí y por allá para seguir, como lucen, tan campantes.
Los jóvenes y viejos panistas padecen dolores similares. Dan volteretas ridículas para agandallarse las posiciones que aún pueden repartirse. No dejan de oírse, aunque con lejanos ecos desde sus bases, peticiones de renuncias al por mayor pero, al unísono, los mandones de antaño se hacen que la virgen los llama. El resultado es una endeble ralea de burócratas partidistas incrustados en el Poder Legislativo que se presentan como oposición decidida, pero que no llenará ningún cuadro de recuerdos pudorosos y dignos.
La cauda de priístas y sus contlapaches panistas que quedarán sin nichito a usufructuar. Vagarán a la búsqueda de algún gobernador generoso, de esos que todavía les quedan de sus pírricas victorias pasadas. Quizá, para bien de la vida organizada y, sobre todo para su vertiente pública, haya una renovación de cuadros de mando que alejen toda tentación de continuidad.
Pero, este montón de actores no va de pronta salida. Lo apoya un caudal millonario de votantes, sustentadores de su historial político, cultural y administrativo. Están, los prianistas, bien cobijados por todo un sistema de valores y prácticas arraigadas entre esa población que, no sin dificultades varias, les seguirá respaldando. A ello se añade un entramado de conexiones externas que han probado eficacia en la lucha por mantener activa su hegemonía continental. Es por esta realidad que el cambio prometido y hoy en ruta, encontrará un abultado conjunto de obstáculos. Los choques entre estas dos posturas, con sus respectivos aliados, serán numerosos y de intensidades distintas.