omo una modesta ola convertida en tsunami, el tema de la pedofilia en el seno de la Iglesia católica sigue cimbrando las estructuras de esa institución. Provenientes de distintos puntos del planeta donde llega su vasta influencia, las denuncias y acusaciones que envuelven al clero ligado al Vaticano tienen no sólo la fuerza de la cantidad sino también la contundencia que dan los testimonios y las pruebas irrefutables.
La carta abierta que este lunes dio a conocer el papa Francisco sobre el caso de los abusos sexuales cometidos por clérigos en Pensilvania, Estados Unidos, evidencia por un lado el saludable cambio de enfoque que el actual pontífice da al escandaloso asunto, pero por otro lado continúa ensanchando la grieta a través de la cual se entrevé la magnitud que el mismo alcanza.
El documento papal puede leerse como una reacción directa al informe que la semana pasada dio a conocer un jurado investigador de Pensilvania, según el cual a lo largo de varias décadas 300 sacerdotes (pero también monseñores, obispos auxiliares, obispos, arzobispos y cardenales
) agredieron sexualmente a más de un millar de niños, niñas y adolescentes. Indica, asimismo, que la política del Papa acerca del tema se aparta de la de sus antecesores, oscilantes entre la opacidad, el ocultamiento, la negación y hasta justificación de las tropelías cometidas por integrantes de los distintos grados de la jerarquía eclesiástica. Es cierto, ninguno de quienes precedieron a Francisco llegó a los extremos de aquel Benedetto Gaetani, a quien con el nombre de Inocencio VIII (1294-1304) se atribuye la frase :Tener relaciones con niños no es más pecado que frotar una mano contra la otra
; pero la escasa o nula atención que prestaron a las denuncias por excesos sexuales los convierte, en el mejor de los casos, en escépticos candorosos, y en el peor, en cómplices deliberados.
En uno de sus párrafos más duros, la carta papal dice textualmente: Con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas
.
Y seguramente pensando en quienes en decenios anteriores ejercieron el sumo pontificado, comenta que en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta
, exhortando a su Iglesia a denunciar en el futuro todo aquello que ponga en peligro la integridad de cualquier persona
.
La actitud y las declaraciones de Francisco en torno a la oprobiosa cuestión de los abusos sexuales por parte de religiosos católicos representan, sin duda, un paso adelante en la tarea de arrojar luz sobre uno de los atropellos más grandes cometidos en nombre de la fe.
No deben quedarse en un simple estadio declarativo, sin embargo. Es preciso facilitar eventuales nuevas investigaciones que permitan descubrir la perversa trama que, aun hoy, se extiende en muchos de los espacios donde, paradójicamente, millones de personas que profesan la fe católica esperan encontrar alivio y consuelo. No para combatir a una organización religiosa en la cual depositan su confianza mil 500 millones de fieles en el mundo, sino para desmontar la sombría maquinaria de arbitrariedades y atropellos que, en su interior, ha funcionado a lo largo de siglos.