oy se discute vivamente en México si Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es realmente un dirigente de izquierda, decidido a conducir el país en esa orientación, o si algo importante ocurrió desde su triunfo arrollador el primero de julio a la fecha que hubiera modificado en alguna medida sus convicciones originales claramente de izquierda, para conducirlo a una situación en que la realidad habría mellado e incluso modificado sus tesis originales.
Algunos incluso subrayan su pesar sosteniendo que el gabinete designado actual sería de clara derecha, y que lo mismo ocurre con varias de las decisiones que ha tomado el prsidente electo hasta el momento, que corresponden más a un político de la derecha que a uno de izquierda, o bien, en el mejor de los casos, que muy pronto se encontró AMLO con una realidad que estaría muy lejos de parecerse a algunas de sus creencias más arraigadas, y que esa realidad política es también muy renuente a los cambios que ha pensado imprimirle. En una palabra: la realidad política sería mucho más testaruda y resistente a los cambios de lo que pudo pensar algún día Andrés Manuel.
Tal vez quien ha llegado más lejos en esta dirección haya sido el subcomandante Galeano, del EZLN, quien simplemente dijo que se trataba de otro intento más del PRI, situando a Andrés Manuel en las primeras etapas de ese partido. Nuevamente, el hecho de que AMLO no haya llevado su política en estos meses previos, conforme a las reglas más obvias del izquierdismo en el poder (o casi), han sido suficientes para que un buen número lo descuente de sus convicciones y conductas originales, sin mayor revisión del caso.
Debo suponer que el presidente electo, quien es muy reflexivo, tuvo en cuenta claramente, antes de iniciar su periodo prepresidencial, este arco de dificultades e incluso esta corriente crítica a la que aludimos. Para él, debo entender así, resultaba abismal la difierencia entre su perspectiva de la realidad y la realidad vivida por los otros, por la mafia en el poder. La diferencia no resultaba entonces tan drástica, utilizando simplemente los términos de derecha o izquierda, sino la manera de vivir y ver la realidad en que de alguna manera todos estamos inmersos.
Para quienes integran la mafia del poder, la realidad cotidiana de los contrastes y diferencias abismales entre las clases sociales ha resultado siempre un hecho natural
y cotidiano
, algo que se ha generado espontáneamente
y por lo cual no hay que desgarrarse las vestiduras. Cada quien está en el lugar que le corresponde y los individuos, y la sociedad en su conjunto, deben aceptarlo dócilmente, como se aceptan sin demasiadas gesticulaciones los fenómenos de la naturaleza.
Pero digamos que la crítica intelectual a esta situación está en la raíz del pensamiento propiamente político de izquierda o de derecha. Pero hay otra crítica que se refiere más a una calificación moral a quienes están abajo o arriba en esta situación. Y ésta, me parece, ha sido seguramente la posición dominante en López Obrador, su punta de lanza principal, que naturalmente bordea los límites de la política, y que para quienes están en esa lucha no es simplemente un espectáculo a observar, sino una realidad a transformar (Marx).
Por supuesto, era previsible el acercamiento de AMLO al empresariado nacional, que antes de la elección parecía, y era entonces, el factor potencialmente más peligroso como oposición, incluso golpista. Ese factor, por lo pronto, ha sido, digamos, neutralizado
(no sé si tanto como una pareja matrimonial bien avenida, como dijo). Otro tanto ha ocurrido esencialmente con el aparato político, básicamente también neutralizado, en ambos casos por un presidente electo que contó con 30 millones de votos, o 53 por ciento del electorado. Estas cifras han sido el argumento contundente, definitivo, de AMLO.
Pero estos son también los argumentos más poderosos que están detrás de AMLO y que no le permitirán desviar el camino, como hoy se quejan algunos escépticos de nacimiento. Su triunfo abrumador es la mejor garantía de que AMLO cumplirá con su programa y sus compromisos. Sin provocaciones, porque además no las necesita.