l neoliberalismo como expresión de la fase corporativa del capital, no sólo es un proceso de megamonopolización del poder económico y político, basado en la doble explotación del trabajo humano y del trabajo de la naturaleza, también es una gran fábrica de fantasías
. Con ello logra adormecer las conciencias de los ciudadanos, ocultando y justificando esa doble explotación, independientemente de su pertenencia a una clase social, a una ideología política, a una creencia religiosa o profana o a un proyecto de vida. La mitología neoliberal, cuyos arietes ideológicos son las ideas de progreso
, desarrollo
, crecimiento
, etcétera, tiene como núcleo o motor esencial dos falsas percepciones: la separación radical entre la humanidad y la naturaleza y, consecuentemente, la idea de dominio humano sobre el mundo natural, al que hay que conocer a fondo para explotarlo. Una sociedad es, entonces, más civilizada
en la medida en que logra alejarse de las fuerzas salvajes
de la naturaleza, y convertirse en un mundo artificial con aparatos, máquinas, artefactos y materiales no-naturales (plásticos, metales, cristales). El neoliberalismo, que además es patriarcal, no sólo considera a la naturaleza como entidad a explotar, sino también a las mujeres (apasionadas, sentimentales y salvajes), a los pueblos tradicionales o indígenas (los más naturales), y a los diferentes sexuales (lo naturalmente incómodo). Y por supuesto, los pobres siempre serán más primitivos, es decir, más salvajes, que los civilizados personajes de las élites aristocráticas y burguesas.
Buena parte de los gobiernos autodenominados de izquierda
o progresistas
(y no se diga los socialdemócratas) terminaron claudicando y traicionando sus propias proclamas, promesas e intenciones, porque más allá de sus declaraciones y discursos continuaron manteniendo en lo profundo la visión civilizatoria neoliberal, es decir, sus fantasías. Este ha sido el caso de varios países latinoamericanos (Brasil, Argentina, Ecuador, etcétera) aderezado además por la corrupción. El caso mexicano, con un nuevo gobierno progresista en ciernes, debe inscribirse en este contexto. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ha dejado muy claro que su gobierno será antes que todo antineoliberal. Esto lo ha proclamado durante su campaña electoral y especialmente en su reciente libro (México, Rumbo al 2018). Como en el resto del mundo, lo que AMLO ha llamado la mafia del poder
no solamente está formada por políticos y empresarios, también la conforman los que alimentan las fantasías: periodistas, científicos, técnicos, intelectuales, academias.
Tomemos el caso de los alimentos. Hoy en el mundo no existen más que dos maneras de producir, circular, transformar y consumir alimentos. Uno es el sistema alimentario agroindustrial, basado en el uso de energía fósil, dirigido a los agronegocios, la exportación antes que a la soberanía alimentaria, la especialización, el uso de agroquímicos, genómica y biotecnología transgénica, que ignora los saberes agrícolas tradicionales y que gasta enormes cantidades de energía en el transporte, el empaquetado y la preservación de los alimentos. El otro sistema es el agroecológico, basado en la energía solar, el respeto a los ciclos y procesos biológicos y ecológicos, que dialoga siempre con los agricultores tradicionales, genera alimentos sanos y crea mercados orgánicos, justos y de corta distancia. El primero constituye la modalidad neoliberal; el segundo su antítesis y alternativa. El primero contribuye con hasta 30 por ciento de los gases de efecto invernadero que calientan el planeta. El segundo, por el contrario, enfría el planeta, es decir, atenúa el cambio climático. En México el sistema agroindustrial, del cual es un destacado impulsor internacional el futuro secretario de Agricultura de AMLO, ha sido adoptado, multiplicado y expandido por los gobiernos neoliberales de las pasadas tres décadas. En su versión más despiadada (el maíz transgénico), esta fantasía fue respaldada por la Academia Mexicana de Ciencias, El Colegio Nacional, la UNAM, la Sagarpa, la Semarnat y periodistas despistados o sin ética. Por su parte, el modelo agroecológico que nació en el país hace unos 40 años ha sido adoptado ya por cientos de comunidades, ejidos y cooperativas, y multiplicado por universidades y tecnológicos, y fue una de las demandas que el movimiento campesino Plan de Ayala Siglo XXI hizo a AMLO.
Como en el caso de los alimentos hay muchas otras fantasías neoliberales que el nuevo gobierno deberá identificar y enfrentar: la opción empresarial de energías alternativas, la mercantilización de la biodiversidad mexicana (capital natural
), la robótica, la educación tecnocrática y eurocéntrica, la superioridad de las ciudades sobre el campo, la marginación del arte y los artistas, etcétera. ¿Logrará el nuevo gobierno remontar estas fantasías o repetirá la fallida historia de los gobiernos progresistas
de la América Latina?