a política es hoy transparente. Como nunca es una política del poder. Lo es desde el poder mismo, para y hacia el poder. Así parece que se mantendrá hasta que los actores y fuerzas que lo disputan convengan los términos y criterios de evaluación y de restricciones, resumidos en un nuevo régimen político.
Hoy vivimos una paradoja poco usual: habiendo un poder constituido legítimamente, responsable de cuidar y proteger el orden de la República, no hay un sistema propiamente dicho porque sus principales componentes acabaron devastados por las decisiones avasalladoras de una ciudadanía que votó en libertad y reclamó un cambio profundo en las reglas del juego político y, repitámoslo, del poder.
En su Informe sobre la democracia mexicana en una época de expectativas rotas (México, Siglo XXI editores, 2018), el Instituto de Estudios para la Transición Democrática (IETD) hace un balance de lo hecho y toma nota cuidadosa de la adversidad que ha rodeado nuestra evolución política. De ahí eso de las expectativas rotas y la información que el volumen contiene sobre nuestros humores y calificaciones de la democracia.
El hecho es, sin embargo, que el pasado primero de julio lo que vivimos fueron expectativas al alza, que se han vuelto avalancha de esperanza y lealtad para con el líder triunfante. Un vuelco en los talantes y humores de los mexicanos que, por lo pronto, se ha concretado en una nueva mayoría, distinta de la que solíamos tener en la era del priato histórico y profundo, así como en las que siguieron a su cansina decadencia.
El cogobierno discreto de fin de siglo, orquestado por las élites modernizantes del priísmo tardío y usufructuado por los panistas del tristemente célebre PriAn, fue sucedido por lo que al final de cuentas resultó ser un gobierno de liquidación que las urnas aplaudieron y despidieron festivamente.
Hoy encaramos las dificultades de una transición que, con todo y lo tersa que ha sido, está inevitablemente cargada de incertidumbres y enigmas en cuanto al estilo, formas y composición del gobierno que ha llegado que no puede reducirse ni resumirse en el estilo, talante y retórica del presidente.
En algún momento, me temo que más temprano que tarde, las fisuras y contradicciones, contrahechuras y desarreglos, pluralidad de actores, que son propios de toda coalición emanada no del pacto entre partidos plenamente constituidos sino de un movimiento emergente y plural como es Morena, subirán a la superficie y se notará la playa inadvertida debido al pleamar.
Al hacerlo, exigirán de los dirigentes capacidad de arbitraje y no sólo disposición al diálogo constructivo sino una retórica de los objetivos
que supere los calificativos propios de la campaña y se arriesgue a ponerle adjetivos a su forma de gobierno y conducción.
Es y será aquí donde habremos de reconocer las intersecciones entre economía y política, política económica y política social, poder, Estado y sociedad, que intrigantemente la calidad insuperable de la elección y la consiguiente entrega del poder ha conseguido postergar.
Será la hora de la verdad de la política democrática obligada a plantearse, sin posibilidad de atajos posibles, la urgencia de reconstruir el sistema político para abrir paso a un nuevo régimen, con nombre y apellido.