finales de julio empieza a correr formalmente el memorial sesentayochero en México. La fecha primera del movimiento estudiantil es 22-23 de julio, cuando una reyerta entre adolescentes de prepa y vocacional en La Ciudadela de la capital deriva en represión paranoica del gobierno, que entonces era monolítico, unánime, y nada amenazaba el cielo claro de nuestro año olímpico. La cronología del cincuentenario renueva el deber coyuntural de contar el viejo cuento, mejor afinado tal vez, que por alguna razón sigue vivo y no se olvida. Bueno, eso propone el canon militante; en realidad, fuera de la estampita conmemorativa cualquier persona nacida después de 1960 conoce poco, y si después de 1980 nada de lo que realmente pasó. ¿Le interesa? Afortunadamente hay toda una generación septuagenaria, entonces joven y estudiante, que no deja de recordar y contarlo con nuevos datos y matices, síntesis sensatas, reflexiones serenas. A ellos les pasó
el 68: como experiencia, como aplanadora, como señal de identidad, como inauguración de otro presente.
En una especie de regreso a Jonás, que tendrá 25 años en el año 2000, la película de Alain Tanner y John Berger (1976), Francisco Pérez Arce vuelve a la Tierra de Nunca Jamás de aquellos días con un relato claro y fluido, conversación de sobremesa para quien quiera escuchar. Caramba y zamba la cosa. El 68 vuelto a contar (Ítaca, México, 2017) renueva la sorpresa de que tan poquito y tan circunstancial produjera en pocas semanas (diez) un cataclismo social de larga duración, se insertara en un fenómeno mundial que seguimos interpretando y fuera nuestra derrota más victoriosa desde Zapata. En el mundo se generalizaron protestas, movilizaciones y batallas de resistencia en cadena, cada una local y específica, contra los estados avejentados, autoritarios y paranoicos, enfermos de guerra fría. La efervescencia en las ciudades inició cambios que se sienten todavía.
La revolución de los abuelos
sigue viva en el relato porque abreva en la fuente de su juventud, que no resultó eterna pero sucedió. Sus hijos, nietos (y hasta bisnietos, si Mick Jagger, 75, sirve de referencia) crecieron en un mundo donde son pensables la libertad personal, la libertad de soñar, la libertad sexual, la libertad para desafiar a la autoridad. El recuento de Pérez Arce, centrado en los acontecimientos de esos días de guardar (que Monsiváis dijera) entre julio y octubre de 1968, tiene la virtud de subrayar cómo había sido y cómo dejó de ser la vida. En el curso de una rebelión provocada por el Estado autoritario de Gustavo Díaz Ordaz, los usos y costumbres sociales cambiaron de manera radical.
El rayo en cielo tranquilo
con que abre el relato va de una riña entre chavos, a las corretizas absurdas
y los enfrentamientos no buscados con el infame cuerpo de granaderos y la rápida conciencia de lo que había que exigir. Diálogo era la palabra mágica, y exactamente eso fue lo que el gobierno nunca concedió. En pocos días la bronca se extendió al barrio universitario del Centro. El calambre alcanzó a la Universidad y al Instituto Politécnico nacionales. La noche del 29 de julio, ¡el Ejército! sacó del Campo Militar número 1 un contingente castrense, se dirigió a la prepa del Colegio de San Idelfonso, donde se resguardaban cientos de estudiantes perseguidos, y en el más célebre y estúpido bazucazo de la historia nacional las tropas se cubrieron de gloria derribando la puerta colonial del edificio, persiguiendo y macaneando estudiantes adentro de su escuela, y llevándose presos a 500 o más. El día 30, el general que gobernaba la capital, Alfonso Corona del Rosal, anunció que la conjura comunista había sido controlada
.
Como la culpa
era de los comunistas (que apenas se venían enterando, igual que el resto), fueron los primeros en ser allanados y acusados de pretender enturbiar
los inminentes Juegos Olímpicos. Contra lo que el gobierno esperaba de él, el rector Javier Barros Sierra defendió la autonomía universitaria y tomó el lado de los jóvenes. La algarada sin importancia
devino en pocos días un movimiento estudiantil de masas de una magnitud nunca antes vista
, con 100 escuelas en huelga y una dirección nacional que sumaba las principales instituciones de educación superior
, escribe Pérez Arce de cuando el futuro fue hoy.