Frente a Goliat
iempre ha estado omnipresente en México y en otros países latinoamericanos la inevitable interrogante para quienes buscan y se atreven a impulsar un cambio real y profundo: ¿Qué hacer con el gigante al lado, sabiendo que buscará frenar o, por lo menos, condicionar ese cambio?
La ilusión de que jugando bien, bajo las reglas del dueño del juego –lo que algunos argumentan es un pragmatismo necesario–, ha llevado casi siempre, tarde o temprano, a derrotas. En coyunturas como la nuestra, en la cual se promete impulsar un cambio, la suposición de algunos, de que uno puede jugar tan hábilmente sobre el tablero del más poderoso –incluso usando su vocabulario–, es la receta arrogante para un fin trágico.
Los triunfos de quienes se atrevieron a impulsar cambios reales en décadas recientes en los países vecinos del gigante –algunos mediante revoluciones armadas, otros vía revoluciones electorales y otros más con alianzas novedosas– comparten un elemento común en su origen: no jugaron sobre el tablero y/o rompieron las reglas del gigante.
En el cuento bíblico, David primero se prepara para una batalla convencional de espadas contra Goliat, pero se da cuenta de que no puede ganar así y levanta las piedras que lanzará contra su opositor. Con ello rehúsa comportarse como se esperaba en un duelo, lo cual desconcierta a Goliat, quien no sabe cómo responder.
El autor y ensayista Malcolm Gladwell exploró por qué a veces los David ganan contra los gigantes. Cita al politólogo Iván Arreguín Toft, quien examinó todas las guerras libradas en los pasados dos siglos, entre contrincantes 10 veces más poderosos que sus opositores débiles, y encontró que los primeros vencen en 71.5 por ciento de esos conflictos. Pero lo más sorprendente era ese tercio de batallas en que los débiles ganaban a los gigantes. El politólogo descubrió que en los casos en que los débiles reconocían su desventaja y buscaban una estrategia no convencional, el porcentaje de triunfo de los David subió de 28.5 a 63.6 por ciento. Cuando los menos favorecidos optaron por no jugar con las reglas de Goliat, ganaban
, reporta Gladwell, quien subraya que ganan aun cuando todo lo que pensamos que sabemos sobre el poder indica que no debieron ganar
.
Gladwell exploró otros casos, entre ellos el de T.E. Lawrence (Lawrence de Arabia), en su exitosa campaña rebelde contra la ocupación de Arabia del poderoso ejército turco, en la cual, con su ejército irregular de beduinos, buscó sus flancos más débiles y en lugar de poder armado usó la velocidad en sus asaltos y sabotajes. Todo culminó en la ciudad porteña de Aqaba, donde los turcos se habían preparado sólo para los ataques que esperaban desde los buques británicos, pero Lawrence montó el ataque desde el desierto. Los turcos, sencillamente, no pensaban que sus contrincantes serían lo suficientemente locos para atacarlos desde el desierto
, escribe Gladwell.
El autor también investigó a un equipo de basquetbol de niñas de 12 años, que con un nuevo entrenador sin experiencia en ese deporte decidió cambiar la coreografía tradicional del juego y aplicar una presión defensiva constante sobre el otro equipo –con el resultado de que al no jugar de la manera esperada, su equipo más débil empezó a triunfar sobre equipos muy superiores.
Gladwell recuerda que Lawrence no era militar, sino arqueólogo y poeta, y que David no era guerrero, sino pastor, que se enfrentó a Goliat con las herramientas de su profesión –su honda y bastón, con los cuales protegía a sus ovejas. A veces los expertos, profesionales y otros maestros del pragmatismo no necesariamente son los que saben por dónde y cómo.
hay otro secreto que puede ser parte de una respuesta a la interrogante eterna de cómo imaginar un cambio al estar junto al gigante: hay Davides dentro de la tierra de Goliat que también están desafiando las reglas de este juego y comparten algunos de los mismos anhelos de un cambio democrático real que se expresan del otro lado de la frontera (ese será tema para la próxima columna).