é que aquello de la práctica piadosa
suena horrible (o por lo menos espantosamente monástico), pero ahora que hay una querella en torno de la historia –y un esfuerzo concentrado por interpretar nuestra situación anteponiéndole toda clase de precedentes– puede valer la pena hablar un poco acerca de lo que es el trabajo de la historia, y quisiera presentar y defender aquí la idea de que se trata, al fin de cuentas, de una práctica piadosa.
En su origen latino, en concepto de piedad no denotaba tanto la observación de los preceptos de una religión, como la dedicación al deber, referido tanto a las obligaciones para con personas respetables, como también hacia las leyes. Sin embargo, hay también en el mundo clásico algún reconocimiento de que el deber a las personas se debe anteponer al deber a los dioses y a las leyes.
Así, en uno de los diálogos de Platón, Sócrates interroga a Eutifrón acerca del sentido de la santidad y lo piadoso. Eutifrón ha entregado a su padre al brazo de la ley porque había matado a un esclavo, y se siente orgulloso de ser tan piadoso que ha antepuesto su respeto a la ley a su lealtad con su padre. Sócrates saluda a Eutifrón con un cuestionamiento acerca del sentido mismo de la santidad: ¿es acaso sancto imitar a los dioses, dado lo volubles y contradictorios que son, y dada su autonomía radical respecto de lo humano?
Aunque ese diálogo no llega a una conclusión firme respecto a la definición de lo piadoso, resulta suficientemente penetrante como para hacer dudar que la piedad signifique seguir el ejemplo de los dioses o, por extensión, los decretos de los reyes. (Esta última duda queda sugerida también en el caso hoy muy discutido de Antígona.) Creo que en ambos casos queda sugerido que la devoción piadosa antepone la lealtad a las personas a quienes uno les deba amor –a aquellos que son y a los que fueron respetados– a la dedicación absoluta a la ley, o aun a la imitación de los dioses. Al final queda una duda razonable de si el caso que presenta Eutifrón, que entregó a su padre al brazo de la ley, no es el de una obediencia monstruosa: ¿no hay acaso una vanidad desmedida en sus ínfulas de imitar a los dioses? Zeus castró a Cronos como castigo por sus transgresiones... Ahora Eutifrón entrega a su propio padre a que sea muerto por la ley...
Me parece que Sócrates sugiere que lo piadoso es, al final, un tipo de acto de lealtad no para con la ley ni hacia los dioses, sino ante todo con las personas que nos han sido grandes, y que nos han dado algo. Y creo que, entendido así, la escritura de la historia es en primer lugar un acto piadoso.
Se han dicho muchísimas cosas acerca de la práctica del historiador. Una de ellas, muy recurrente, es que el historiador dialoga con los muertos, cosa que es sin duda cierta. Al leer los papeles que escribieron nuestros antepasados, los historiadores los escuchamos, y para que nos respondan a nuestras preguntas, los seguimos leyendo más y más. Sólo que ese diálogo por medio de la lectura no es sino un primer paso, porque el historiador que se abre al pasado, pasa en cierto momento de dialogar a dejarse poseer un poco por los muertos –pasa de leerlos a interrogarlos, a conocer sus circunstancias y a escudriñar la lógica interna de sus decisiones. Por esto se puede decir que el historiador se dedica a crear fantasmas, sólo que, ojo, el historiador no los crea de la nada.
En El dieciocho Brumario, Carlos Marx arranca diciendo: Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio [...] La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos.
La tradición de las generaciones muertas oprime el cerebro de los vivos, sí. En esas líneas Marx no agrega, porque el concepto no existía (Sigmund Freud no nacía aún), que esa opresión intergeneracional es resentida, las más de las veces, en el plano del inconsciente. Todos sabemos que no hacemos nuestra historia a nuestro libre arbitrio, pero no conocemos los pasos de quienes nos precedieron. Por eso, nuestras pesadillas están pobladas de signos inasibles.
Jacques Derrida ha definido el concepto de espectro como la presencia de una ausencia
. El trabajo piadoso del historiador es, justamente, el de reconocer esa ausencia y hacerla presente. A través de su diálogo con los muertos, el historiador define la naturaleza de aquella presencia que nos falta, que no está. Nuestro trabajo, entonces, se emparenta con el del chamán, quien encarna y canaliza espíritus de personas ausentes. Es un trabajo piadoso, sí, porque se basa ante todo en la lealtad a los ausentes.
A Jorge Aguilar Mora.