erá o no una revolución, pero conmovidos hemos quedado todos, incluidos varios de los personeros más destacados del equipo que acompañó a Andrés Manuel López Obrador a su fulgurante victoria. Pocos dudaban de que las encuestas señalaban las tendencias correctas y que AMLO se llevaría su ansiada presa, pero pocos, muy pocos, acertaron a precisar su ventaja y magnitud de la votación en su favor.
Datos y cifras para las cábalas de los analistas del porvenir hay y darán para mucho. Para empezar, todavía está por verse y saberse el papel jugado por las famosas estructuras
del otrora invencible cuya presencia fue, a la vez, indudable pero de dudosa, muy dudosa, dirección y voto.
La avalancha recoge así una sociología política que es obligado desmenuzar para tener una idea mejor y más precisa del mapa que seguirá el nuevo gobierno en su difícil encomienda de forjar una nueva gobernanza y, al mismo tiempo, darle materialidad a su proyecto. Nada está escrito y poco puede decirse ahora de las implicaciones que sobre esto vayan a tener los primeros pasos anunciados en materia de reforma administrativa directamente expresivos de las hipótesis del ganador sobre la conformación del federalismo.
Mucha agua ha corrido bajo ese puente y sobre todo dinero, atribuciones, usos y costumbres de todo tipo. Lidiar con esta malformación política e institucional, que se ha probado nociva y corrosiva para un efectivo orden democrático supone algo más que operaciones concentradoras de poder en el Ejecutivo y requerirá también de mucho más que del respaldo de las mayorías legislativas alcanzadas en el Congreso de la Unión y las legislaturas en los estados.
La tentación de proyectar estas primeras andaduras del gobierno en formación es mucha, como fue en el pasado la de que someter a severo escrutinio financiero sus proyectos y propuestas de campaña. Lo que debería estar claro es que para darle a esta supuesta o real revolución una textura genuinamente democrática, es indispensable identificar la calidad y morfología de los legisladores en ambos planos. De ellos dependerá la profundidad y dinámica de la vigilancia y el control que desde dichos órganos la ciudadanía pueda ejercer.
Criterios de evaluación que vayan más allá de la partida doble presupuestaria tan cultivada por inquisidores de toda laya, junto con la elaboración de alternativas desde el centro mismo de la coalición gobernante, será una tarea fundamental de Congreso y partido, si es que el país va a avanzar rumbo a la definición de un régimen más apto para producir buen gobierno y darle a éste una legitimidad robusta. De la que se despojaron alegremente los primeros gobiernos de la mal llamada alternancia.