Sábado 14 de julio de 2018, p. a16
Oooohhh is so good is so good is so good / is sooooo guuuuuud/ I feel love
si una canción comienza así es porque es buena.
Y si esa composición desata el cuerpo, es mejor.
I feel love, se llama.
En la voz de Donna Summer, su autora, se convirtió en himno.
Esta dama, LaDonna Adrian Gaines (1948-2012) nunca ha dejado de ser noticia. En Broadway se estrenó hace poco Summer: The Donna Summer Musical y de ahí editaron el disco que hoy nos ocupa: Summer: The Original Hits.
La importancia de esta cantante, escritora y pintora rebasa su fama.
Para sopesar, debemos tener en cuenta vectores invisibles al grueso de los consumidores: es una artista estadunidense con su voz formada en la vertiente africana del coro de una iglesia metodista en su natal Boston, Massachusetts.
Emana de la contracultura sesentera y fue comprendida primero en Europa, donde formó parte del elenco de la Ópera de Viena y desde allá lanzó bombas de efecto retardado cuyo wattaje sigue conmocionando a los vivientes y sintientes.
Tenemos así un dibujo cabal (exacto, no aproximado) y verdadero de quien la industria del consumo intenta someter con el vulgar nombramiento de ‘‘La reina de la música disco”
Como bien apunta el maestro Sebastián Gatti, hay jóvenes que piensan que la historia de la música comenzó hoy. Por eso conviene revisar valías. Gracias a él, algunos de sus alumnos recuperan hoy esa noble costumbre de sentarse a escuchar música. Disfrutarla, estudiarla, degustarla, analizarla, sopesarla. Eso hacen hoy también muchos otros jóvenes, porque tienen una sensibilidad vigorosa y saben escuchar mejor, valora Gatti.
Donna Summer, cuyo nombre debemos a una errata en la portada de su disco inaugural (cambiaron la ‘‘o” de su apellido de casada en Viena con Helmuth Sommer en 1972, por la ‘‘u” que no es redonda, pero redunda), es artífice de la gran revolución tecnológica en favor de la música.
No se entiende el vasto universo de la música electrónica actual sin Donna Summer de por medio.
Ese cosmos comenzó a girar a finales del siglo XIX, pero es consenso acreditar a Luigi Russolo la botella de champaña quebrada contra la quilla del barco en 1913, cuando publicó su manifiesto El arte de los ruidos y de ahí se decantaron en cascada los hallazgos.
La historia convencional de la música electrónica está poblada de artefactos rudimentarios para hacer música de manera electromecánica. Los grandes hitos se llaman Theremin, curioso instrumento creado por el ruso Leon Thereminen en los años 20 del siglo XX y el siguiente capítulo es más sofisticado: Ondes Martenot, mueble magnífico ideado por Maurice Martenot en 1928 y que consagró para la historia el compositor francés Olivier Messiaen, en especial en su monumental Sinfonía Turangalila.
A la invención de instrumentos primitivos siguieron los grandes movimientos revolucionarios, uno de ellos firmado por Pierre Schaeffer, creador de la ‘‘música concreta” y de ahí nuevamente la cosa se puso muy buena porque hicieron su sonada entrada en escena autores definitivos como Karlheinz Stockhausen, Iannis Xenakis y John Cage.
El ingeniero Robert Moog escribió el siguiente gran capítulo cuando creó su serie de sintetizadores.
En la actualidad, los sintetizadores conviven con midis, tornamesas, auriculares, loops, consolas y un arsenal que deriva en una cantidad inconmensurable de música con apellidos también interminables.
Hace pocos años se hablaba de lounge, tecno, industrial, progresivo, entre otros pocos términos, para referirse a los géneros diversos de música electrónica.
Hoy, la lista es divertida, además de interminable. Reproduzco sin puntuación algunos ejemplos:
lettfiel house & techno minimal/deep tech progressive house psy-trance dancehall dub trance trap/future bass progressive house melodic house indie dance leftfield house minimal/dep tech hardcore/ hard techno downtempo jackin´house garaje bassline grime glitch hop hard dance afro house big room breaks dj tools dubstep
¿qué tiene que ver Donna Summer con todo esto?
Todo
cuando escribió la pieza Love To Love You y se asoció con el productor Giorgio Moroder en 1975, detonó el arsenal.
La historia convencional quiere registrar ese hecho como mera numeralia: ‘‘vendió más de un millón de discos con Love To Love You”.
La historia de la música tiene en esa pieza piedra de toque.
Ella vivía en Viena como parte del elenco de la compañía de ópera de esa ciudad, trabajaba de modelo y de ‘‘backing vocal”, denominación que por sí misma es un capítulo en expansión en el lenguaje sonoro y ella es uno de los pocos ejemplos de cantantes ‘‘de apoyo”, de las que hacen lucir a los artistas famosos; Donna Summer, decíamos, es una de las pocas que salieron de esa aparente oscuridad de los escenarios para convertirse en primera figura.
Los valores musicales de Donna Summer: un timbre poderoso, único, inconfundible. Así como un escucha entrenado sabe que la soprano que canta en una ópera grabada en disco es rusa por la tersura de su timbre, cualquiera de nosotros sabe que quien gime frente al micrófono es Donna Summer.
Otra de sus aportaciones al arte de la música: aplicó los valores supremos del ‘‘backing vocal” a su de por sí amplio léxico y es así como podemos escucharla cantando en tonos suaves, elevados, como relámpagos de puntas redondeadas y mediante procedimientos tecnológicos muy simples, forma auras, aureolas, sonidos ‘‘fantasma”.
Quizá el valor más elevado de sus contribuciones a la historia de la música es, como suele ocurrir con los grandes maestros, la sencillez de sus procederes.
Lejana a la sofisticación, asombra siempre. Pareciera trivial lo que ejecuta cuando lo que hace es la complejidad extrema puesta en bandeja para el disfrute masivo y eso explica su condición de reina no de la música disco sino de la música entera. Es una de las mejores vendedoras de discos en la historia de la industria entera.
Los elementos técnicos que la sostienen como diosa de la urdimbre musical se pueden apreciar mejor en un disco que recomiendo ampliamente: I feel love. The collection, que data de hace cinco años, lo que explica la nitidez de sonido que podemos percibir sobre todo en el segundo volumen, pues se trata de un álbum doble, donde disfrutamos siete tracks de la serie 12” and Extended Mixes, es decir: versiones largas, con secciones instrumentales con mezclas en consola (mixes) que invitan a subir el volumen y literalmente ver flotar los sonidos graves, los agudos, las cabriolas en consolas, la materia primordial de lo que hoy hacen en sus tornamesas los grandes diyéis, como la diosa rusa Nina Kraviz, cuyo arte pudimos disfrutar en vivo hace unos meses durante una madrugada en un suburbio de la Ciudad de México.
El tema Donna Summer, por lo visto, resulta inabarcable. Frente a sus elevados valores musicales, queda reducida a mera anécdota la censura que sufrió cuando muchas estaciones de radio, en la mismísima Europa, se negaron a transmitir I feel love, por sus gemidos sexuales frente al micrófono.
Y es que Donna Summer surgió de la gran revolución contracultural de los 60 y es pariente temática de Jane Birkin y Serge Gainsbourgh, a quienes rinde homenaje en su versión del clásico de sus colegas franceses: Je t’aime, moi non plus, donde la pareja francesa ejecuta orgasmo simultáneo en música.
Con sus elevados valores musicales, Donna Summer eleva el gozo a su justa dimensión, como una de las bellas artes, cuando canta y todo el mundo baila a este son:
Oooohhh is so good is so good is so good/ is sooooo guuuuuud / I feel love