hina y Estados Unidos, los más poderosos contendientes comerciales en el planeta, han decidido romper sus lanzas y emprender una guerra comercial. Es una aventura en la que evidentemente no sólo se dañarán el uno al otro, sino de paso a la mayoría de los países que hacen operaciones comerciales con ellos. Se abre así un periodo de incertidumbre económica de la que nadie sabe con exactitud cuándo concluirá, ni cuáles serán sus consecuencias.
En su ignorancia supina, con toda seguridad, el presidente Trump no entiende ni le importan las vicisitudes e interminables negociaciones que costaron construir un orden comercial más equilibrado con la participación de diversos organismos, el más importante de ellos, la Organización Mundial de Comercio. Su ignorancia podría destruir no el óptimo, aunque por ahora el único orden posible entre países productores de materias primas y los que las transforman, los que compran y venden los productos terminados, incluyendo la tecnología, y su importancia en el nuevo orden económico.
Se equivoca rotundamente creyendo que para equilibrar la balanza comercial con China u otras naciones es necesario imponer un draconiano impuesto a las importaciones de esos países. Ignora que China, a su vez, tiene un déficit en las balanzas comercial y de pagos con otras naciones que están en la misma situación con Estados Unidos. En pocas palabras, imponer un arancel de 25 por ciento a la compra de acero, aluminio y otros productos y materias primas, amenaza con dañar la economía de muchas naciones, incluyendo la estadunidense. La disrupción que en la cadena de producción se desencadenará con el desproporcionado aumento que China y Estados Unidos han impuesto a sus respectivas importaciones pudiera ocasionar una espiral inflacionaria que, para variar, afectaría a los sectores más débiles, no sólo de esas dos naciones, sino del resto del orbe.
Ahora resulta que las corporaciones estadunidenses que han sido las más beneficiadas con el libre comercio y que, parafraseando a Paul Krugman en su más reciente artículo en el New York Times, por largo tiempo creyeron tener el control apoyando a quienes, como Trump y sus socios del Partido Republicano, han promovido la desregulación y la reducción de impuestos, el racismo y la xenofobia, hoy gritan, nosotros no somos así
. Claro que sí lo son: la hipocresía y el cinismo les han ganado la partida. En el estricto sentido del término, no son ni conservadores ni liberales quienes ahora están al frente de Estados Unidos. Lo que realmente son es una mala caricatura del engendro que por error creó el doctor Frankenstein.
El engaño de que todos los trabajos que emigraron regresarán mágicamente es una mentira más con la que Trump ha encandilado a sus seguidores, entre quienes anida el más profundo sentimiento xenófobo y racista, el mismo sentimiento que le ha permitido mantener su popularidad, mediante el ataque a los indocumentados y su política de secuestro y enjaulamiento de los menores que los acompañan. En el fondo, la guerra comercial y la guerra contra los migrantes sin papeles tienen un mismo origen: el ensalzamiento de un nacionalismo a ultranza que explota los más profundos sentimientos en contra de todo aquello que sea diferente y que amenace con destruir el mito de la superioridad blanca, así como el imperio que la familia Trump ha construido mediante negocios no del todo claros. Quienes no se den cuenta de esto y por convicción o conveniencia lo sigan apoyando, serán igualmente culpables de la pesadilla que el mundo entero padece desde los primeros días de enero de 2017.