Y el segundo lugar nunca llegó
Lunes 2 de julio de 2018, p. 7
Nueve minutos después del cierre de la última casilla a las ocho de las noche, acaso el tiempo que tardó en trasladarse desde su oficina hasta la carpa de prensa, José Antonio Meade Kuribreña reconoció la derrota más cara en la historia del PRI.
Y a diferencia de 2000, cuando el presidente Ernesto Zedillo debió salir en cadena nacional a declarar el triunfo opositor para –según se sabría después– forzar la aceptación de su partido a esa realidad, ayer fue directamente el candidato quien no sólo admitió su desventaja, sino que, sin regateo, puso nombre y apellido al ganador de la contienda: Andrés Manuel López Obrador.
Otro contraste. Mientras aquella vez los priístas de inmediato se volcaron a culpar al mandatario –por antonomasia jefe máximo del partido– e iniciaron su metafórica y prolongada noche de los cuchillos largos y la disputa por los despojos del instituto político, ahora el derrotado dedicó laudatorias y agradecidas referencias a la persona y obra de quien decidió su postulación: el presidente Enrique Peña Nieto.
Así, en esta nueva expulsión del PRI de la Presidencia, tras apenas seis años de haberlo recuperado, el ex funcionario público, pero no militante partidista, mantuvo sus prendas de lealtad. Y lo hizo sobre todo con sus cercanos colaboradores, desde el coordinador de la campaña, Aurelio Nuño, hasta el presidente del partido, René Juárez –eso sí, sin la menor referencia a Enrique Ochoa Reza, quien condujo al tricolor desde el inicio del proceso hasta la mitad de la campaña– y al resto de un equipo en cuya eficacia confió totalmente y que anoche era sólo aplausos solidarios y lágrimas. De entre ellos, la secretaria general, Claudia Ruiz Massieu, y la vocera, Mariana Benítez, lloraban sin ocultamiento y sin disimulo.
Capítulo aparte, porque de ella siempre conmovió su entusiasmo, fue el prolongado aplauso a la esposa de Meade, Juana Cuevas, quien a lo largo del día nunca depuso la sonrisa de optimismo y se repartía entre caminar a su lado y acompañar a los grupos de vecinos y simpatizantes que se acercaron, para corear con ellos ‘’Pepe, presidente’’.
Fue, en ese agradecimiento a su compañera, uno de los dos momentos donde la emoción traicionó la presencia de ánimo que trató de mostrar José Antonio Meade en su mensaje de nueve minutos. El otro, cuando él fue quien recibió los aplausos de su gente y familia.
Sin embargo, ayer desde las primeras horas quedaba claro: la campaña, los esfuerzos mediáticos, los cambios de estrategia y de equipo, en fin, todo lo ensayado por la coalición Todos por México, nunca fue más allá de la mera posibilidad de arañar el subcampeonato, por decirlo en los términos futboleros del momento.
Y sí, porque todavía el miércoles pasado, cuando terminó la etapa del proselitismo, muy orondos
, los priístas presumían un promedio de sondeos publicados en distintos diarios y aseguraban a grandes titulares: ¡Todas las encuestas serias coinciden: José Antonio Meade ¡es el indiscutible segundo lugar! El único que puede vencer a López Obrador
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No, pues así cómo, n’hombre, unos genios
.
Además, por si le hubieran faltado malos augurios durante estos meses, cuando Meade salió de misa en la parroquia de San Sebastián Mártir y salvaba entre entrevistas las calles empedradas de Chimalistac, justo al llegar a la calle del parque de La Bombilla, las bandas de guerra que suelen ensayar ahí los domingos, tuvieron el mal tino de hacer prolongado, inacabable, eterno, el toque militar de Silencio
.
De una tristeza capaz de conmover hasta el más impertérrito, ese redoble usado para marcar las ceremonias fúnebres y el fin de actividades cotidianas en el Ejército, marcaba el epílogo anticipado –eran apenas las 13 horas– de un día sin el menor espacio para el optimismo.
Meade, se vio enseguida, depuso esa desconocida e inusitada potencia verbal que usó hacia el final de su campaña y regresó a ser él mismo, como al inicio de campaña, de sonrisa tímida y voz apenas audible ante las grabadoras: ‘’Logré mover muchas conciencias y abrir espacios de reflexión de qué es lo que al país conviene y qué sería lo mejor’’.
Sí, pero eso no se tradujo en suficientes votos para su causa.
A sus 49 años, no obstante tener un padre de larga militancia partidista, el candidato de Todos por México apareció ayer por primera vez en una boleta electoral y como figura central: candidato a la Presidencia y sin estar inscrito en ninguna de las siglas políticas bajo las cuales compitió.
Faltan las cuentas totales de la votación, pero todo augura que esta vez la distancia en términos de votos entre Morena y el PRI será mucho mayor a los seis puntos porcentuales con los cuales ganó Vicente Fox a Francisco Labastida en 2000 (42.52 contra 36.11 por ciento, según el cómputo final) y los de Felipe Calderón Hinojosa sobre Roberto Madrazo en 2006 (35.89 contra 22.26 por ciento).
Concluida la aceptación del revés en las urnas, todos los priístas se fueron de la gran carpa, único espacio del partido al que tuvo acceso la prensa y esta vez significativamente instalada en el área donde tradicionalmente se organizaban las verbenas del triunfo.
Nunca creyeron ganar.