a versión número 40 de la marcha del orgullo lésbico, gay, bisexual, transexual, travesti, transgénero e intersexual (abreviada como LGBTTTI porque a medida que el movimiento gana en inclusión, su nombre va ganando en longitud) mueve a echar una mirada a los avances que en México se han dado a lo largo del tiempo en materia de diversidad y tolerancia sexual.
Algunas de las numerosas personas participantes en la marcha recordaron que en sus inicios ésta no pasaba de ser una discreta caminata integrada por un puñado de gente que se atrevía a reclamar el derecho a vivir y ejercer libremente su sexualidad y a la que un amplio sector de la sociedad miraba con mezcla de curiosidad y recelo, en contraste con la magnitud y el grado de aceptación que ha alcanzado ahora, aun cuando en ese sentido falta mucho camino por recorrer.
Entre aquellas tímidas caminatas iniciales y la concurrida manifestación de ayer, que se desplazó del Ángel de la Independencia al Zócalo capitalino, media una historia de equívocos, malos entendidos y fobias que no han impedido, afortunadamente, que se haya avanzado en cuanto al reconocimiento y el respeto a las preferencias sexuales presentes en el cuerpo social, todas ellas igualmente legítimas y merecedoras de consideración.
No es esta, empero, la opinión de los sectores conservadores más recalcitrantes, que con variadas etiquetas organizativas, partidarias, religiosas (o todo a la vez) se oponen a la legislación orientada a reconocer el espectro de la diversidad sexual y no pierden oportunidad de hostigar, de palabra o de hecho, a quienes no ven como hombres y mujeres con opciones diferentes a las de ellos, sino como a enemigos de la moral colectiva. No es, tampoco, el punto de vista de quienes en el seno de sus familias, el interior de las instituciones, el desempeño de sus profesiones o simplemente en las distintas circunstancias de la vida cotidiana ejercen violencia contra las personas LGBTTTI, que va desde la humillación y la intimidación pública hasta ataques físicos que no pocas veces terminan con la muerte de la víctima, configurando auténticos crímenes de odio.
No es este fenómeno privativo de nuestro país: las fobias que contra esta población desatan los demonios del ensañamiento y la furia están presentes en los países más diversos y en las sociedades más desarrolladas, donde a veces se imponen políticas que significan un retroceso en la marcha hacia la igualdad de derechos y donde se impugna la idea de que el género es un elemento constitutivo de la identidad de las personas. Pero en México, donde paradójicamente se han dado algunos importantes pasos legales para alcanzar esa igualdad, las prácticas intolerantes y descalificatorias contra quienes no se ajustan a los parámetros de la sexualidad normal
(entendida ésta como la circunscrita únicamente a la opción heterosexual) son numerosas, recurrentes y a menudo extremadamente violentas.
El reconocimiento de la diferencia, la aceptación y el ejercicio de la pluralidad, la admisión de las otras
racionalidades y el desarrollo de una sensibilidad más inclusiva también son tareas políticas, y es saludable que los grupos sociales empeñados en exigir sus derechos (todos, los sexuales incluidos) no desmayen en sus reclamos y reivindicaciones.
Por eso vale la pena rescatar la declaración hecha pública ayer por quienes marcharon en pro de la diversidad, comprometiéndose a no detenerse hasta que haya justicia y libertad para todos
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