‘‘Ellos son mi público, son magníficos artistas, pero se necesita difundir su obra’’: Arturo Rivera
Martes 19 de junio de 2018, p. a10
La obra pictórica de Arturo Rivera es dionisiaca, una exaltación de las pasiones. Sin embargo, aclara el artista, ‘‘debo tener una forma apolínea” entendida como un ‘‘contenedor muy fuerte, de lo contrario todo explota”.
La entrevista con La Jornada es con motivo de su nuevo proyecto: una edición para jóvenes de su catálogo, que surge de la preocupación del pintor por el elevado precio del que se publicó en 2014: unos mil 500 pesos. ‘‘Es muy bonito el libro, pero nadie lo compra. Con mi dinero hice una nueva versión (editorial Resistencia). Cada ejemplar cuesta 570 pesos y lo estoy dando en 400 pesos”, explica Rivera.
‘‘Me interesa que los jóvenes lo adquieran; son mi mayor público: si tengo amigos, son ellos. No es que yo sea un genio y éste un libro trascendental, pero es importante para ellos.”
Arturo Rivera (CDMX, 1945) censura algunas prácticas en las artes plásticas en México y en los museos capitalinos. Entre ellas, que los jóvenes enfrentan la falta de perspectivas en la Ciudad de México, pues ‘‘los museos están tomados, excepto el de Arte Moderno. No hay espacios. Hay 10 mil jóvenes entre 25 y antes de los 40 años, muchísimos que conozco, verdaderamente buenos. Magníficos. ¿Dónde venden?, ¿dónde exponen?”
Adelanta que reunirá a algunos de los mejores artistas jóvenes para montar una exposición, pues no se les conoce y se trata de difundir su quehacer.
El creador, con amplia trayectoria de exposiciones en México y el extranjero, es puntual: ‘‘El arte es una confrontación. Las obras comerciales son muy colgables, muy bien hechas, muy decorativas, pero el arte no es eso”.
Y se reconoce en una crisis de lenguaje, en la que ‘‘necesito reinventarme sin complacer”.
Su casa en la colonia Condesa alberga libros, objetos y piezas decorativas. Hay huesos, la cabeza metálica de un conejo con las orejas erectas, insectos y fósiles dentro de una resina cristalizada, un puerquito disecado, una llama nonata dentro de una caja de madera, cristal y terciopelo.
‘‘La pintura –destaca Rivera– es un oficio que nace de ver y hacer. Se necesita conocimiento, pero lo principal es el mundo interior, que se va haciendo con el trabajo y siendo muy honesto con lo que haces. Es la única forma de llegar a ti, el origen. Lo original no es ponerte a pensar qué no se ha visto, sino ser tú.
‘‘Lo importante es que los jóvenes encuentren un lenguaje personal. Cuando lo hacen, el concepto-forma, es cuando ya no te pareces a los demás. Haz tenido muchas influencias porque sin ellas no aprendes a pintar”, explica el artista.
Respecto de sus influencias, Arturo Rivera reconoce a los opuestos Vincent van Gogh y Rembrandt. ‘‘Eran mis obsesiones”. Y parte de su primer acercamiento fue durante sus estudios en el Colegio Alemán. ‘‘Le dio mucha importancia en mi vida en la pintura y la música. Además, en Alemania encontré mi lenguaje”, explica.
Rivera se reconoce heredero de la dualidad artística entre lo dionisiaco y apolíneo. ‘‘En todas las épocas ha existido. En el Renacimiento, dionisiaco se le puede llamar a Miguel Ángel y apolíneo a Leonardo. En México, apolíneo sería Diego Rivera y dionisiaco José Clemente Orozco.
‘‘El dionisiaco es como el Eros. Las pasiones. La explosión. Y apolíneo, lo contrario: el control de la pasión. Eres apolíneo o dionisiaco. No se escoge.”
Sostiene: ‘‘Siendo dionisiaco debo tener una forma apolínea, un contenedor muy fuerte, si no todo explota. Esa fuerza la tengo que meter en estructuras muy bien hechas”.